viernes, 5 de septiembre de 2008

RAMON ACEVO

“El futuro del mundo pende del aliento de los niños, de lo que aprenden”
Talmud

“Los políticos son como los cines de barrio, primero te hacen entrar y después te cambian el programa”
Enrique Jardiel Poncela

LA INDIGNACIÓN SIMULADA
O ¿CÓMO DETENER UNA ESTAMPIDA DE ELEFANTES?

En medio del enrarecido aire que se respira en México en la segunda mitad del 2008 podríamos pensar que la perversión del lenguaje implica un problema menor, sin embargo es el signo determinante del nivel de degradación alcanzada en una estructura formal. Cuando el contenido semántico trastoca su valoración implica la alteración del contenido simbólico de las expresiones sociales.
No es tan simple como que ahora si es no y viceversa, en tanto el lenguaje es un sistema lógico la estructura sistemática subyacente en cada individuo decodifica la narración superficial y devela el trastorno, aún cuando no alcance a vislumbrar el sentido que oculta la retórica.
Entre infinidad de ejemplos elijo tres manifestaciones recientes: conductores de diferentes programas de televisión expresan casi a coro su estupor por el elevado número de crímenes que ocurren a diario en el país, al mismo tiempo propietarios de empresas fustigan a los políticos con frases que los conminan a renunciar si no pueden proteger sus intereses y, como por casualidad, un intrascendente diputado federal aprovecha los reflectores para solicitar al gobierno federal más recursos para potenciar el combate a la delincuencia; al comentar estos hechos con diferentes personas (sin pretender hacer un análisis metodológico al respecto) nadie acepta el significado lineal, es decir, en ninguno de los casos se considera que los emisores tengan intenciones reales de acabar con la corrupción. Las lecturas posibles van desde la evasión de una responsabilidad directa o indirecta en la situación, hasta la intención de situarse del lado de las víctimas antes de ser señalados como victimarios.
Llama la atención que se quejen de la violencia las televisoras, esas grandes generadoras de insatisfacción, incitadoras de odios, promotoras de la agresividad gratuita, de la música basura, del no-arte y de la degradación humana; que esperaban que ocurriera tras más de cinco décadas de envenenar la mente de los espectadores con paraísos artificiales, racismo, misoginia, falsedades, ah, y miles de productos “indispensables” para la salud, el confort y la felicidad.
Extraña es también la actitud de los empresarios, cuyos temores son válidos, su riqueza atrae envidias y ambiciones ajenas, pero no están exentos de responsabilidad en lo que ocurre en el terruño; el profundo abismo entre ricos y pobres es producto de las deplorables condiciones de trabajo, salarios infames, explotación infantil, carencia de prestaciones sociales, evasión fiscal, manipulación de las condiciones del mercado, acuerdos monopólicos y prácticas comerciales insanas, entre otras mañas habituales. En su arrogancia consideran a los políticos como empleados que deben protegerlos de los reclamantes que llaman a la puerta.
Por lo que al aumento del gasto en seguridad pública respecta, es una locura por donde se vea, la connivencia entre mandos policíacos y militares con el llamado “crimen organizado” es innegable, darles más armas, más vehículos y más dinero a las corporaciones implica incrementar directamente el poder de los delincuentes. La idea en boga de que como medida preventiva todos los vehículos tengan un minicomponente electrónico para poderlos localizar vía satélite genera más temores que alivio, con esa medida el estado y sus cómplices sabrán en todo momento donde atraparnos, en México la diferencia entre policías y ladrones es únicamente el uniforme.
La realidad, la que se percibe a pesar de la censura en los medios de comunicación, la que nos llega de boca en boca, la que nos roza cuando no en definitiva nos golpea de lleno en el cuerpo, muestra al delito en México como una constante polidireccional. La agresión contra el ciudadano medio es continua, los impuestos para los causantes cautivos son tan altos como en cualquier país del primer mundo mientras que la inversión en educación es comparable a la de los países más pobres y en cultura es una burla, los servicios de salud son deficientes y selectivos, la protección de los derechos del trabajador es una quimera, las leyes son violadas sistemáticamente por las mismas autoridades que están obligadas a aplicarlas, los precios de servicios como la electricidad, gas, agua, gasolina, telefonía e internet se comparan con los de países donde el salario mínimo es diez veces superior al nuestro, el transporte público en las ciudades es una vergüenza, el burocratismo complica la aplicación de los servicios más elementales, los policías, los agentes de tránsito, los militares y los agentes de migración y de aduanas, lejos de garantizar la seguridad son una amenaza para la tranquilidad pública, y encima de todo eso hay ladrones, secuestradores, violadores y asesinos.
Los discursos, los planes de seguridad y las promesas han perdido su significado, se perciben como una afrenta a la razón. En estos momentos no hay partido político ni ideología que valga, las soluciones mágicas que nos endilgan tienen visos electorales, todos tienen prisa por aplicar mejoras superficiales con miras a las elecciones en puerta, porque a nadie le interesa llegar al fondo de las cosas, cualquiera con un mínimo de poder político o económico (que generalmente van de la mano) sabe que buena parte de sus beneficios dependen de la permanencia de las condiciones de injusticia e inequidad actuales; en el futuro cercano que nos negamos a ver la debacle arrasará con todo y con todos.
Los miles de problemas brotan de la misma cañería de aguas infectas, los problemas ambientales, los abusos del poder, el maltrato a las otras especies animales, la violencia intrafamiliar, el cohecho, el estraperlo, la discriminación, la explotación, la usura y todo lo que vivimos y sufrimos en nuestra cotidianidad tiene su origen en la falta de valores, en lo poco que nos respetamos a nosotros mismos y a los demás; décadas de abandono en la cultura y la educación han conducido al hundimiento del país, México no es nada más el espacio geográfico donde nos movemos sino también la conciencia colectiva de quienes lo habitamos, una conciencia que se nutre de la identidad conformada por las expresiones culturales, las manifestaciones artísticas, el sentido de pertenencia.
Leoluca Orlando, ex-alcalde de Palermo que aplicó con relativo éxito un programa basado en dos conceptos: combate frontal al crimen y reconstrucción de la identidad cultural; considera que la asociación de un grupo de trasgresores con una nacionalidad traslada la vergüenza del delito al resto de los habitantes, por lo que el daño rebasa a la fechoría misma al inducir un estigma social. Su propuesta es simplista, señalar a quienes delinquen como cáncer social puede producir un bienestar psicológico momentáneo en quienes se consideran ajenos a la cadena de complicidades, por hipocresía o ignorancia, lo cual no deja de ser una solución pasajera, no obstante tiene sentido su propuesta de encarar el problema desde dos frentes, uno dirigido a disminuir el impacto social de los actos delictivos y otro encaminado a reparar el espíritu de la colectividad, uno contundente e inmediato y otro de aplicación prolongada.
En Italia Leoluca contó con el respaldo de jueces, policías y políticos dispuestos a crear un frente común para limpiar sus corporaciones e instituciones y con la mínima confianza popular que esas acciones permitieron se gestó desde los barrios la recuperación de la participación social.
Cuando aquí hablan de más dinero para armas, patrullas y efectivos, en ese mismo instante ya están pensando en el monto de la gratificación que recibirán de los distribuidores de armamento y vehículos y en la cantidad de puestos fantasmas cuyos salarios irán directamente a sus bolsillos. Parece imposible en México encontrar unos cuantos jueces, policías y políticos con interés genuino en el desarrollo del país, en el verdadero desarrollo, más difícil todavía es que se interesen en la cultura, saben bien que de ahí deriva la conciencia colectiva, la participación de la gente en todos los aspectos de la vida del estado; motivar en la gente el interés por solucionar sus propios problemas puede conducirnos a una verdadera democracia, ese es el temor del sistema.
En sus memorias el escritor Paco Ignacio Taibo describe la fenomenología de la dictadura en la España de Franco, el generalísimo tiranizaba a todo el país, los ministros a su vez eran tiranos en sus áreas de influencia, los gobernadores en sus provincias, los alcaldes en sus ciudades, los directores en sus escuelas, los curas en sus parroquias y los padres de familia en sus hogares. En la tierra que habitamos (y estercolamos, paráfrasis del Maestro Serrat que no podría venir más a cuento) la fenomenología de la corrupción se reproduce desde la presidencia hasta los rincones más insólitos de la maraña con una puntualidad asombrosa; el cambio en ultramar inició de abajo hacia arriba bajo la sombra misma del caudillo, si bien no pudo consolidarse hasta su muerte y a más de treinta años de distancia quedan todavía rescoldos y heridas que curar, muestra de que estos procesos no son fáciles ni rápidos.
En México cada tanto se dan movimientos que parecieran agitar el andamiaje, pero cuando parece que el tren empieza a moverse descubrimos que también estos líderes estaban en venta; aquí los anhelos del pueblo se cifran en personajes que pretenden tener la solución a todo y aún cuando la tuvieran es indispensable que la corriente surja en ambas direcciones, desde las bases sociales y desde la cima del poder. De nada sirve la voluntad de un dirigente sin una base educada y consciente, pronto las buenas intenciones se diluirán en la medida en que no se encuentren mecanismos que permitan la réplica del modelo en los diferentes estratos de la administración pública.
En el siglo sexto antes de la era común Pitágoras dijo Eduquemos a los niños y no será necesario castigar a los hombres, a él debemos las primeras teorías de las matemáticas y de la música, el vínculo del arte y la ciencia. A veinticinco siglos de distancia la ignorancia y la violencia continúan su reinado en el mundo para provecho de unos cuantos.
Del planteamiento de Leoluca Orlando hay que tomar con cautela la idea de reconstruir el orgullo de la mexicanidad o la italianidad o la colombianidad, los nacionalismos y regionalismos suelen inflamar los ánimos perjudicialmente, los himnos, banderas y colores atraen desgracias; tiene razón en el hecho de que no podemos renunciar a la esperanza, un mundo mejor para todos es posible si retomamos los enunciados de Pitágoras, que en el fondo son los mismos que están plasmados en el Talmud y en los principios de todas las religiones, porque forman parte de la esencia del ser humano, la base del contrato social está en la dignidad del individuo, delinquir nos envilece en la medida en que afecta a nuestros semejantes; es insana la satisfacción que proviene del despojo.
Los simuladores que claman y reclaman por soluciones radicales son el origen del problema, ellos en su ambición desmedida han propiciado esta debacle y cuando tengan más armas las apuntarán contra los demás, nosotros, los que no formamos parte de su exclusivo club. El lenguaje que incita a la violencia está pervertido desde su origen, tanto porque se emite desde las gargantas de supuestas víctimas, lobos cubiertos con una piel de oveja o viejos zorros que olvidaron donde habían colocado las trampas ellos mismos, como porque combatir el fuego con fuego lejos de apagar las llamas las incrementa.
Devolver el valor a la palabra es prioritario, es en la palabra verdadera donde se encuentra la esperanza, es la voz de los desposeídos la que hay que atender con urgencia, el hambre de cultura y la sed de conocimientos son tan apremiantes como la comida y el agua, el cobijo del arte da sombra fresca y viste el alma con belleza; que no nos angustien los gritos de temor desde vehículos blindados, ellos tienen billete de primera clase para un lugar al que no queremos ir.

Ramón Acevo 08-09-08

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