domingo, 19 de diciembre de 2004

Migración y cultura: necesidad de una nueva política pública

La migración siempre ha existido. Sus causas han sido múltiples. En lo que respecta a la de México hacia Estados Unidos de los recientes años noventa a la actualidad se han realizado un cúmulo de estudios, algunos de ellos consistentes y otros superficiales y sin seriedad alguna.
La mayoría de estos estudios abordan la migración con una perspectiva economicista, lo cual es justificable pues su origen primario es la económica, la falta de empleo en este caso, y sobre todo lo relativo a las remesas que nuestros paisanos envían a sus familias y que sirven de alivio a la situación de pobreza por la que atraviesan sus parientes y que según algunos expertos ocupan el segundo lugar de ingresos a la nación después de las derivadas del petróleo o del turismo (los migrantes veracruzanos remitieron a sus familias durante el primer semestre de este año 438 millones de dólares, según el Banco de México).
Otros trabajos se enfocan a los derechos humanos, su violación tanto en la travesía de los migrantes como la que sufren en Estados Unidos. Para algunos partidos políticos y estudiosos de las cuestiones electorales la migración resulta interesante en cuanto a la posibilidad de otorgar el derecho a votar a los migrantes, lo que ha provocado propuestas que han llegado a ocupar un lugar relevante en el debate nacional, como la relativa a promover y fortalecer las asociaciones que forman, pero con fines políticos.
En cuanto a lo anterior hay que destacar dos puntos: la inclusión de la cuestión migratoria en la agenda nacional y en la binacional con Estados Unidos; y la creación de oficinas y programas gubernamentales que tienen como tarea atender el asunto migratorio, si bien a veces ésto sucede con una perspectiva reducida y de corto alcance, como la que se ufanaba de remitir ataúdes para los paisanos fallecidos en el vecino del norte.
Pero más allá de todo lo anterior, resultan escasos los estudios que abordan el problema de la migración vinculado al de la cultura, no tan solo de los migrantes que llegan a una comunidad o región, sino la de los residentes que los reciben con sus usos y costumbres que si bien primero resultan raros, curiosos o exóticos, después se convierten en elementos que “alteran” lo propio, tradicional o local.
Si partimos de que nuestra cultura nos identifica, da personalidad, nos marca, nos distingue, genera lazos de hermandad, vínculos de solidaridad, pero también establece elementos de discriminación, de menosprecio y de vergüenza, tenemos que reflexionar sobre algunos aspectos relacionados con ello.
Por un lado, la cultura resulta el elemento primordial de nuestra identidad nacional, pero durante el proceso de transculturalización por el que pasan, los migrantes sufren un choque social, económico y político, que por una parte los refuerza y por otra los hace cambiar su personalidad: nuevo modo de hablar; diferente ropa; afición por nueva música; inclinación por elementos que le dan comodidad y status (vehículos, aparatos electrónicos, etc.); etc.
Lo anterior hace que al retornar a su tierra o regresar ocasionalmente, se sientan extraños en su propia comunidad, creyéndose superiores a los que no se han ido. Resultan ser otros, dudan de su nacionalidad, ya no se sienten mexicanos, prefieren regresar a Estados Unidos, donde “la vida es mejor” a pesar de la explotación, discriminación e inadaptación que estando allá los asalta.
Cuando algunos migrantes que retornan a su tierra ya no se asumen como mexicanos, implica que han perdido su identidad nacional, esa que los hacia sentirse orgullosos de su origen, su música, su lengua, su atuendo, junto con sus paisanos y organizar fiestas similares a las de su región de origen (la guelaguetza, por ejemplo). Motiva también, que al regresar a Estados Unidos busque amistades fuera de su grupo de paisanos y que incursionen en otros colectivos raciales, lo que conlleva a otra lengua, comida, ropa, música, etc.
Ese migrante va pasando de una identidad local, regional y nacional a otra identidad que lo hace diferente y alejarse del bagaje cultural propio que asumía cuando arribó a la nueva tierra. Este migrante transita a otra identidad, plural, amplia, diversa, y que llegará a ser global, perdiendo sus referentes mexicanos.
Hasta aquí, nos hemos referido a los mexicanos migrantes y sus elementos culturales que le otorgan una identidad nacional; pero resulta igual o más interesante el cambio cultural de los migrantes mexicanos de la segunda, tercera u otra generación que se ven inmersos en un proceso intercultural complejo y aparentemente contradictorio y difícil de analizar, respecto a lo cual existen diversas posiciones.
¿Qué pasa con los elementos culturales de estos mexicanos que llegaron desde pequeños o que siendo hijos o nietos de migrantes ya no poseen su identidad nacional original y, lo que resulta más problemático, tampoco se integran a la nueva comunidad cultural en la que se encuentran inmersos? En este sentido sucede un proceso de transculturalización que es motivo de debate y se puede abordar desde muy diferentes posiciones.
El mexicano de la segunda o tercera generación que nació en otro país, en este caso Estados Unidos, posee elementos culturales que heredó pero que no asumió inmerso en una comunidad propia, suya, donde todo era mexicano. Hoy esa “cultura mexicana” que sus padres o paisanos le transmiten es más un referente, a veces lejano en el tiempo y el espacio, pero no es un elemento que asume por completo, pues está influido por otra atmósfera que lo absorbe y lo influye.
Ese mismo ambiente que surge de otra comunidad o colectivo lo distingue rechazándolo, despreciándolo, discriminándolo (negros, musulmanes, caribeños, orientales), lo que hace que pueda tomar dos actitudes: tratar de unirse a ellos, caso muy raro y difícil, o combatirlos, enfrentándolos y chocando con ellos.
Lo anterior hace que se genere, en lo artístico y cultural, un movimiento de nueva importancia: la búsqueda de lo original, la vuelta a lo mexicano y a su sistema simbólico, a sus raíces que lo identifican, dignifican y le dan personalidad propia. Así, nacen los movimientos culturales impregnados de mexicanidad, donde sobresalen elementos como las pirámides, la virgen de Guadalupe, el águila y el nopal, música moderna con elementos folclóricos, etc. La nostalgia y el “recuerdo” de las raíces hacen que estos migrantes de segunda o tercera generación vuelvan sus ojos a México, porque no han logrado o no se les ha permitido integrarse a un mundo que no es el suyo, aunque ahí nacieron y crecieron, pero que ve en ellos un peligro. Y en estos movimientos artísticos se genera una gran creatividad donde se mezclan elementos mexicanistas y otros.
Al respecto, no dudamos en afirmar que las remesas de los migrantes mexicanos, además de su valor económico que es variado y múltiple, también posee un simbolismo cultural: representa el vínculo más fuerte con su familia y su comunidad. No olvidamos que hoy, los migrantes ya organizados remiten fondos para la construcción o remodelación de la iglesia, para levantar el kiosco que no hay o rehabilitar el parque, y para la fiesta del pueblo o del santo patrono. Cuando un migrante deja de remitir una remesa, se perdió todo vínculo con su familia o comunidad.
Debemos señalar que la identidad cultural de los migrantes y la de sus hijos, nietos y demás descendientes, obviamente resulta diferente. Los primeros sueñan con volver a su tierra y establecer un negocio, remiten dinero puntualmente a su familia, recuerdan las fiestas y sus pueblos. Los segundos se imaginan los ranchos y esos barrios de los que les hablan sus padres y abuelos, piensan en una grandeza que no acaban de asimilar, a ellos les urge triunfar en la tierra donde viven, ganar dinero y vivir bien, no volver a una que no conocen y cuya música, comida, ropa y lengua les es familiar, pero no lo sienten como algo propio. Sus valores, su visión de la vida y del futuro, sus ideales se transforman. Sufren un choque de identidades.
Otro aspecto importante, resultan las asociaciones y redes de mexicanos que agrupados por regiones o entidades se vinculan para defender sus derechos humanos, ubicarse laboralmente y obtener beneficios legales. En cuanto a la política, únicamente un partido ha puesto atención a esas asociaciones y redes, que constituyen una veta de posibles electores. ¿Cuántas asociaciones de los 800 mil veracruzanos que han emigrado a Estados Unidos están debidamente conformadas y mantienen lazos con los ayuntamientos y el gobierno del Estado?
Las anteriores reflexiones se han hecho con motivo del Día Internacional del Migrante celebrado ayer, dieciocho de diciembre. Al respecto, creemos necesario que las nuevas políticas hacia este fenómeno social y económico también deben considerar la cultura, y no únicamente las remesas que hacen llegar, (que no resuelven los problemas económicos de la entidad, como un político declaró de manera candorosa) o el número de votos que representarían en caso de reformarse las normas correspondientes. También estas políticas deben rebasar el programa 3 x 1 de la Sedesol. Por otra parte, ojalá cuando se llegue a firmar el convenio migratorio se incluya la cultura.

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