lunes, 28 de mayo de 2007

Diversidad, pluralismo y conflicto



El pasado 21 de mayo se celebró por sexta ocasión el Día Mundial de la Diversidad Cultural para el Diálogo y el Desarrollo, establecida como tal a partir de 2002 por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y que tiene como objetivo que la opinión pública tome conciencia de la importancia que representa la vinculación entre los principios de la diversidad, el diálogo y el desarrollo de los pueblos.

Además, resulta importante mencionar que el anterior 18 de marzo la Convención sobre la Protección y Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales entró en vigor, ya que ha sido ratificada por un total de 52 Estados miembros de la ONU.

A riesgo de que parezcamos obsesivos o reiterativos, tenemos que recordar y reflexionar los conceptos de “cultura” y “diversidad cultural” que maneja la Organización de las Naciones Unidas para la Educación la Ciencia y la Cultura (Unesco), ya que de lo contrario podemos caer en confusiones.

La cultura, de acuerdo al organismo internacional mencionado “Debe ser considerada como el conjunto de los rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o a un grupo social y abarca, además de las artes y las letras, los modos de vida, la manera de vivir juntos, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”.

Del concepto anterior se deriva, obligadamente, el de la Diversidad Cultural, ya que se considera que “La cultura adquiere formas diversas a través del tiempo y del espacio. Esta diversidad se manifiesta en la originalidad y pluralidad de las identidades que caracterizan a los grupos y las sociedades que componen la humanidad. Fuente de intercambios, innovación y creatividad, la diversidad cultural es, para el género humano tan necesaria como la diversidad biológica para los organismos vivos. En este sentido, constituye el patrimonio común de la humanidad y debe ser reconocida y consolidada en beneficio de las generaciones presentes y futuras”.

Los anteriores conceptos culminan la evolución de lo que hasta hace poco se entendía por “cultura” y que transita de las artes y las letras únicamente hasta la creación cultural bajo todas sus formas, de un pueblo o colectividad. Por su parte, la diversidad cultural siempre ha existido y se puede afirmar que es inherente a la humanidad, en cualquier momento y ámbito.

Un ejemplo de lo anterior es nuestra entidad, donde conviven diversas lenguas, iglesias, grupos sociales, y etnias. Al respecto, ojalá se dejara de usar la desgastada expresión “mosaico de culturas” que resulta obsoleta y se antoja más relacionado como algo estático y pisoteado que con un ente dinámico y siempre en evolución. Por otra parte, debemos recordar que en nuestra entrega anterior mencionábamos al racismo, que en nuestro país ha tenido una vigencia a veces invisible, imperceptible.

Pero también, la diversidad cultural ha dejado de ser lo meramente opuesto a la homogeneidad y uniformidad y de la multiplicidad de las culturas o identidades culturales, de las subculturas y de subgrupos poblacionales de dimensiones culturales diferentes pasa a vincularse con el pluralismo cultural, lo que significa que debe relacionarse con la democracia entendida como una práctica de vida donde el ciudadano es respetado en sus derechos y a la vez se respeta el derecho del Otro. Se trata de la democracia ciudadana, uno de cuyos fundamentos es el respeto a la diversidad cultural, en lo individual y en lo colectivo.

En la actualidad, la globalización, las nuevas tecnologías de la comunicación y otros factores han hecho que la percepción de la diversidad cultural cambie, ya que la cultura misma se debe considerar como un proceso en evolución permanente y no como un producto acabado o definitivo.

Precisamente, la globalización y las nuevas tecnologías de la comunicación han provocado en el presente siglo nuevas formas de diversidad cultural y, por lo tanto, nuevas formas de rechazo del Otro, del diferente, del que no piensa como nosotros y que apoya causas y movimientos sociales con los que no coincidimos.

Los partidarios a ultranza de las nuevas tecnologías de la información y del mundo virtual afirman que la diversidad cultural se ha desdibujado y que va en retroceso, pero los últimos estudios culturalistas manifiestan que más que ello se fortalece en un proceso paralelo y complejo de globalización y de resurgimiento de lo local, de lo propio, de las identidades étnicas. Lo anterior, no significa que neguemos la posibilidad de la “aldea global” y con ello de la homogeneización cultural forzada, pero también aceptamos una mayor potencialidad creativa del hombre que lo lleva a alterar su modo de ser para ser diferente, para diferenciarse y para resguardar su identidad personal en medio de todo lo que implica la aldea global que ya mencionamos.

La diversidad cultural se vincula con aspectos sociales y políticos de gran trascendencia, de ahí su importancia: tolerancia, relaciones de poder, derechos humanos, discriminación, exclusión, racismo, injusticia social, desigualdad, desarrollo inequitativo, etc. De lo anterior de deriva una serie de problemas relativos a su respeto, problemas que devienen conflictos de muy diversa índole. No es casual que gran parte de los conflictos que hoy se generan en los estados-naciones incluyan aspectos culturales, como son, por ejemplo, los que se relacionan con las diferencias culturales entre nativos y migrantes, materia ampliamente estudiada y respecto a lo cual hay múltiples propuestas.

El reconocimiento, la aprobación y el respeto de la diversidad cultural implican un pluralismo cultural, al cual entendemos como la forma en que los estados-naciones, los grupos ciudadanos, los organismos nacionales e internacionales la comprenden, aceptan y asumen. En cuanto a ésto no se pueden dictar recetas de políticas públicas, ya que en cada localidad, región o país la diversidad cultural se manifiesta específicamente en función de la historia culturalmente diferente.

En cuanto al pluralismo cultural, se debe pensar que en las sociedades modernas y sobre todo las urbanas se presentan y se cruzan una gama de culturas que comprende diferentes puntos de vista, concepciones del poder, lenguas, origen regional, modalidades educativas, etc., es decir, una gran diversidad que se traduce en un pluralismo, que no a todos es grato, sino que les resulta incómodo e “inadecuado”.

Para quienes el pluralismo cultural resulta indeseable y piensan que únicamente su grupo es poseedor de todos los valores positivos y el Otro de los valores negativos, pugnan por “superarlo” y proponen una sociedad monolítica, hegemónica, “unida”, donde los Otros con su ropa, religión, actitudes, modo de vida, no estén, no se vean, no intervengan, incluso que desaparezcan, como sucede en algunas regiones de España y con las promesas del nuevo presidente de Francia. Ese es el germen de los conflictos culturales. Pero el pluralismo cultural es un valor democrático, un principio que obliga a repensar y a redefinir el conjunto de problemas, carencias y propuestas de todos los ciudadanos, grupos e instituciones que integran una sociedad, un conglomerado. De ahí la importancia de que las autoridades reconozcan y respeten la diversidad y asuman como un principio el pluralismo cultural.

Como expresión de la creatividad del espíritu del hombre, de su potencialidad creadora, la diversidad cultural no se puede reprimir y tampoco la generación de diferencias que conlleva. Lo anterior constituye el punto medular de las políticas públicas que la asumen, es decir, que de la manera en que los gobiernos y las autoridades conceptualicen la diversidad cultural dependerá la promoción de una mayor creatividad social si la perspectiva es positiva, o bien la discriminación y la exclusión, llegando hasta el racismo y el exterminio, si el concepto que se asume es negativo. Esto último genera problemas y conflictos culturales, sociales y políticos.

Quienes consideran a la diversidad cultural como un obstáculo y provocadora de conflictos para la nación, pierden de vista que representa una riqueza y que conlleva un aprendizaje que si no se presenta en el espacio familiar y en el ámbito escolar, provocará el choque de individuos y la confrontación de grupos, principalmente en el contexto de la convivencia étnica, donde las relaciones de poder hacen que se genere la preeminencia de una cultura sobre otra, por lo que un grupo étnico ve minimizadas y criticadas sus manifestaciones culturales: lengua, vestido, creencias, actitudes, visión del mundo, etc.

Pero lo anterior, no se queda en eso, sino que puede llegar a extremos que surgen o se derivan del fundamentalismo cultural y cuyas peores expresiones, como ya se mencionó, son la discriminación, la exclusión, el racismo y el exterminio étnico. Ejemplos de lo anterior sobran en las dos últimas décadas del siglo pasado y en los pocos años que va del presente: Armenia, Bosnia, Chechenia, Kosovo, etc.

Las políticas públicas en torno al respeto de la diversidad cultural deben sustentarse en el principio del pluralismo cultural, así como en la impartición de justicia equitativa, la justicia social, el Estado de inversión social, la globalización, la “excepción cultural”, la identidad cultural, la pobreza, etc.

En este contexto no podemos soslayar que el pluralismo cultural de igual manera que el pluralismo político implica problemas ya tradicionales y otros nuevos, como lo son la desigualdad de oportunidades y de poder, la discriminación y el extremismo, así como el fundamentalismo cultural.

Se puede afirmar que dos factores, entre otros, para lograr el cabal respeto a la diversidad cultural son las políticas públicas que la asuman y la educación. En el primer caso, el de las políticas públicas, no se trata únicamente de que la diversidad cultural se asuma en el discurso político, sino que se traduzca en acciones efectivas como son el combate a la pobreza y la impartición de justicia equitativa, que muchas veces se convierten en bandera política. Ejemplos que han trascendido el ámbito de nuestra entidad donde la pobreza, la injusticia y el discurso político demagógico los tenemos muy cerca.

Tanto en lo relativo a las políticas públicas en las que permee el pluralismo cultural como en la solución de los conflictos que se generan por lo mismo, juega un papel importante la educación, el contenido de sus programas y el enfoque filosófico de sus objetivos a mediano y largo plazo.

Como sistema organizado por el Estado, la educación debe considerar la formación de ciudadanos que desde su hogar mismo y desde el ámbito escolar asuman el respeto de la diversidad cultural como una práctica diaria, que los lleve a una convivencia, un diálogo en el marco de la paz y la democracia.

A través de la educación, se debe lograr que las “diferencias” no se tomen como excusa, pretexto o justificación de actitudes de intolerancia, agresión, exclusión y menosprecio.

El papel de la familia y de la escuela es formar ciudadanos que desde pequeños y más tarde al formar parte de la sociedad, tengan como principios la tolerancia, el reconocimiento y respeto del Otro, de ideologías, religiones y modos de vida diferentes a él. Se trata de formar ciudadanos que asuman una convivencia plena en la diversidad, en cualquier ámbito: familiar, escolar, laboral y público.


PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO QUINCENAL CULTURAL “LA VALQUIRIA” DE DIARIO DE XALAPA DOMINGO 27 DE MAYO

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