lunes, 16 de abril de 2007

Contracultura y graffiti

La contracultura siempre ha existido, pues permanentemente se han registrado movimientos que se han opuesto a la cultura oficial, la cultura del poder, a la cultura institucional o sea la dominante, la que es subsidiada por el Estado. Cada cultura ha tenido en ciertos momentos una contracultura, pero su conceptualización, más que como un movimiento artístico, como un movimiento social, se da en la segunda mitad del siglo pasado.

La contracultura surge en Estados Unidos en la década de los sesenta. En este movimiento participan en su mayoría jóvenes que protestan y rechazan los valores sociales tradicionales. En un principio la contracultura fue un concepto vago y ambiguo. Se usó en general para caracterizar los movimientos contra las instituciones sociales y políticas, tradicionales y tradicionalistas.

Al iniciarse se vinculó con la sicodelia y el movimiento beat, el rocanrol, los rebeldes sin causa, las panteras negras, los hipies y otras conductas contestatarias: uso de drogas, consumo de hongos, etc. La contracultura pretende cambiar y reemplazar los valores y principios morales, sociales, políticos y los modos tradicionales de producir bienes estéticos y cuestiona la cultura oficial u oficialista. Aunque parezca paradójico la contracultura pretende ser cultura, “la cultura”.

Se identifica con la cultura subterránea o underground que no busca ser asimilada, subsidiada o pasar a formar parte del sistema, sino abrir espacios alternativos de expresión social y artística. También se denomina, vincula o confunde con la cultura alternativa, la cultura marginal, la nueva cultura o con la cultura urbana, conceptos que en un momento dado se cruzan y poseen elementos comunes.

La contracultura es crítica, irónica, burlona, áspera, ruda y hasta ofensiva y agresiva ante los ojos y criterios de la tradición, de las buenas costumbres, del sistema, de las buenas conciencias. Se escapa de las normas, de lo establecido, de lo que debe ser, se opone a la convención social, al conservadurismo, a cualquier manifestación de poder vertical. Sus principales características son ser subversiva y transgredir las normas.

No se debe confundir con la oposición, pues cuestiona tanto a la derecha como a la izquierda como soporte de una cultura vertical y autoritaria. La contracultura no nace de una ideología, sino que es espontánea e independiente, que son otras dos de sus características esenciales que la tipifican e identifican.

La contracultura tiene una propuesta: acabar con esquemas sociales que ya no responden a las nuevas dinámicas de los jóvenes, mujeres, organizaciones civiles, profesionales, artistas, de la ciudadanía. Se pretenden nuevos espacios de expresión social y la promoción de nuevas manifestaciones artísticas.

En México, se inicia también en los años sesenta, igual que en Europa y Estados Unidos y es un movimiento que prolonga o retoma las manifestaciones de otras latitudes: vestimenta, actitudes, música, cuestionamiento de la familia como institución nodal de la sociedad, etc. En nuestro país ¿quién no conoce o se ha enterado del mercado de El Chopo, como catedral de la contracultura? y de los movimientos punk, dark, graffitero y últimamente de los perfomances e instalaciones, estos dos ya inmersos en espacios oficiales. Por otra parte, se dice que en México nunca existió una contracultura, que fue y es débil, además de manifestarse a destiempo y que siempre es asimilada y controlada por el sistema que la devora, la manipula y la hace suya.

El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) ejemplifica lo anterior, ya que a través de las becas que otorga a grupos y artistas hace que muchos de ellos con proyectos novedosos y producción innovadora, dependan del subsidio mensual y pasen a formar parte de la cultura subvencionada, y que la posibilidad de una contracultura cuestionadora, crítica y alternativa se pierda o se esfume periódicamente, tornándose menor, surgiendo una relación un tanto perversa entre Estado y artista. Así, la contracultura pasa a ser “la cultura”. Pareciera que ese es su destino fatal.

Lo anterior es cuestionado, ya que se argumenta que un artista independiente no es el que subsiste a través de una beca. Si bien en contraparte se dice que un auténtico proyecto cultural no pierde su espíritu, esencia o contenido innovador ante cualquier apoyo oficial.

Se deben saber diferenciar las expresiones de la contracultura con otras que resultan carentes de autenticidad y espontaneidad y que son producto de la mercadotecnia o la comercialización internacional: modas, poses, actitudes, corrientes religiosas, falsos movimientos reinvidicadores, etc.

Una de las expresiones de la contracultura más conocidas y difundidas por su espontaneidad, carácter subversivo y trasgresor es el graffiti, que consiste en imágenes, marcas, inscripciones, letreros, códigos, etc., pintados por jóvenes con diferentes materiales en muros, paredes, vehículos, trenes, el Metro, ejes viales, puertas ajenas o de carácter público. El graffiti, igual que la contracultura, ha existido desde tiempos remotos, pero al igual que ésta, se conceptualiza como una expresión artística a partir de la segunda mitad del siglo XX.

Como toda expresión de la contracultura, el graffiti también ha sido objeto de debate en cuanto a su carácter artístico, por lo que se debe cuidar mucho la percepción que se tenga de él para no confundirlo con otras manifestaciones parecidas, que más que una expresión artística constituyen expresiones de resentimiento, llegando a ser agresivas a la vista y nada estéticas. Nos referimos a simples manchones o rayones que se ejecutan en paredes recién pintadas y que reciben la condena y el rechazo de la sociedad y de las autoridades.

El graffiti como imagen, pinta o inscripción de leyendas contra el sistema surge con los movimientos juveniles de 1968, resultando emblemáticos los realizados en París: ¡Desconfía de todos los mayores de 30 años! ¡La imaginación al poder! ¡Hacer la revolución es hacer el amor!

Otra modalidad del graffiti surge en Estado Unidos, también en los años sesenta, principalmente en las ciudades de Nueva York y Los Angeles, presentando diversas modalidades y pasando por diversas etapas tanto en lo que se refiere a su temática, utilización de materiales, lugar donde se realiza y los autores. Esta gama de factores hace que el graffiti de ser originalmente una expresión artística de la contracultura, pase a constituir todo un movimiento social.

Así, podemos observar desde temas propios de la juventud hasta aspectos nostálgicos del continente, país o región de origen; utilización del aerosol en los últimos años; bardas, árboles, autobuses, parabuses, andenes, trenes, etc., llenos de graffitis; y jóvenes solitarios que en la noche recorren calles y barrios para encontrar y ocupar una ansiada pared, grupos de estudiantes que decoran las bardas de su propio plantel, bandas que se apropian de los espacios convenientes en sus barrios y que no permiten la entrada de otras; jóvenes que de manera organizada adecuadamente invaden el espacio de otros, etc.

Pero la contracultura y el graffiti, como movimientos sociales y culturales han evolucionado. Ambos no son los mismos que los de los años sesenta sino que presentan elementos y características diferentes. No podría ser de otra manera.

Actualmente se han adoptado nuevas técnicas como la ya mencionada del aerosol, pero también plantillas, el pegado de carteles y de pegatinas que permiten un trabajo previo en espacios cerrados o en talleres para luego pasar a la calle. La temática ha cambiado, porque el sujeto o la acción contra quien se protesta es diferente. A lo anterior, se le puede denominar postgraffiti y ubicarlo en lo que algunos autores llaman arte callejero.

Para Alejandro Sánchez Guerrero “Los Crews o tripulaciones, son una especie de organización de graffiteros que cualitativamente difieren de lo que tradicionalmente se conoce como bandas, las cuales tienen determinadas características como son, la asociación a un grupo juvenil delimitado por variables geográficas y afectivas (recuérdese la importancia que tiene para ellos el barrio y el carnalismo); en cambio los crews siguen otra lógica para su formación que está más asociada a la búsqueda del reconocimiento individual (de la placa) y grupal (los crews) a través de lo novedoso y original de los estilos que componen el graffiti, además de lo excéntrico o riesgoso que sea el lugar donde se pinte.”

Son famosos y emblemáticos los graffitis de los barrios de Brooklyn, Manhatan, Harlem y el Bronx en Nueva York, así como los de Los Angeles y en México los de Guadalajara, Mexicali, Tijuana y el Distrito Federal.

Recientemente al graffiti se le vincula con la llamada cultura urbana y con el hip-hop, movimientos socioculturales que merecen un estudio detenido en cuanto a su vinculación con los temas que nos ocupan.

Al igual que en otros ámbitos, la contracultura y el graffiti plantean un aspecto largamente debatido: su vinculación con la cultura del poder, la cultura institucional, la cultura de Estado.

Debemos recordar que los elementos que caracterizan tanto a la contracultura como al graffiti son los que ya hemos mencionado: su carácter independiente, lo subversivo, la espontaneidad, la protesta, su postura contraria a la cultura oficial, la trasgresión de las normas, los espacios públicos, abiertos, un código, etc. Y es precisamente por estos elementos y características que el sistema o aparato administrativo de la cultura oficial trata de apropiarse de estas manifestaciones sociales, de cooptarlas y hacerlas suyas en un papel de mecenazgo de la cultura.Cuando la contracultura y el graffiti pierden su espontaneidad, frescura, libertad, carácter subversivo y salen del espacio público, dejan de ser eso precisamente y solamente logran ser caricatura de lo que en su origen fueron, para pasar a ser “arte por encargo” y, en este caso, un seudograffiti. La historia del arte y de los movimientos sociales así lo demuestran.
Publicado el día 15 de abril en el suplemento cultural “La Valquiria” de Diario de Xalapa

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