“¿Qué relación tienen los nuevos modos de ver/leer que desarrollan especialmente los jóvenes en el actual ecosistema comunicativo con las mediaciones en cuanto a lugares de apropiación de los lugares de uso de los productos?¿Sigue siendo la cotidianeidad familiar, la solidaridad vecinal, la temporalidad social y la competencia cultural lugares que cumplen una mediación en la configuración de la televisión y la nuevas tecnologías?¿Ha sufrido la familia y el barrio procesos de desintegración producto de las transformaciones en la ciudad, los flujos migratorios, etc., dejando de operar como instancias de mediación En este caso: ¿Cuáles son la nuevas formas de mediación que operan en la conexión/desconexión con el nuevo entorno comunicativo?
“¿Qué queda dentro de ‘lo popular` en el contexto de la globalización comunicacional y de desordenamiento cultural? ¿no será que la centralidad que tuvo esta categoría en los inicios de la investigación del consumismo- siendo memoria, complicidad, resistencia- ha sido sustituida por la de los jóvenes, particularmente aquellos que tienen acceso a la nuevas tecnologías? ¿Dónde quedan los jóvenes excluidos de la sociedad de la información lo que, como lo ha señalado Martín Barbero, seguirán siendo una mayoría si la escuela no asume el reto de asumir la tecnicidad mediática como dimensión estratégica de la cultura?”
Lo anterior es parte de los cuestionamientos que Guillermo Sunkel plantea a las aportaciones que Jesús Martín Barbero y Néstor García Canclini han hecho, entre otros campos teóricos, al análisis del consumo como fenómeno que a partir de la última década del siglo anterior ha pasado a ocupar un lugar en la agenda del debate cultural.
Si bien, el consumo ya había sido analizado desde diversas perspectivas, principalmente la económica y social, desde una visión meramente cultural es hasta los años 90 que su análisis se desencadena en América Latina como producto de los estudios seminales de los ya mencionados Jesús Martín Barbero y Néstor García Canclini.
Desde una perspectiva estrictamente sociológica, el consumo es la adquisición, apropiación, uso y disfrute de bienes y servicios. Un análisis del consumo comprende las relaciones entre el tipo y la cantidad en un espacio y periodo determinado.
Las dos variables del consumo: tipo y cantidad, dependen de factores como el grupo social al que se pertenece; la familia; los grupos de referencia: barrio, vecindad, escuela, club deportivo; los procesos de socialización y aculturación; los impactos globales en el individuo y su grupo; el nivel económico-social; y las necesidad derivadas de este último.
Se puede afirmar que el tipo de consumo de un grupo social caracteriza su estilo de vida y la cantidad su relaciona directamente con el nivel de vida de ese mismo grupo o colectividad.
En este contexto, se tiene que conceptualizar el bien o servicio que se va a consumir y su utilidad práctica, que de la simple satisfacción de una necesidad de cualquier tipo pasan a ser portadores de categorías de una cultura, a servir para dar un sentido a la acción o hecho de su adquisición. “Las mercancías sirven para pensar… para constituir un universo inteligible… con la que elija” el consumidor de acuerdo a su racionalidad, expresó García Canclini en 1991. De esta manera, el consumo pasa a ser una práctica cultural, un conjunto de procesos socio-culturales. El consumo cultural rebasa la dimensión simplemente económica y se prolonga a lo socio-simbólico y sociocultural.
Surge entonces la categoría del “consumo cultural” como una práctica específica ante la generalidad del “consumo”, que conlleva a la necesidad de conceptualizar, a la vez, los productos o bienes culturales que a partir de los años 90 del siglo pasado ofrecen las industrias culturales, en un mercado también cultural, pero no únicamente éstas, sino también el Estado y las instituciones culturales independientes o alternativas.
De los productos y bienes culturales han surgido diversas definiciones, pero teóricos y estudiosos coinciden en adjudicarles tres valores: uso, cambio y simbolismo. Los bienes culturales son aquellos en los que prevalece lo simbólico sobre el uso y el cambio o aquellos donde estos dos últimos quedan subordinados al primero: cine, música, pintura, literatura, moda, gráfica, arte- objeto, teatro, videos, artesanía, etc.
La mercancía cultural simboliza identidades, comportamientos e implica también selección, agrupamiento, marcas sociales, discriminación, relegamiento.
Esta concepción, que como ya anotamos anteriormente surge en los años 90 del siglo pasado como resultado de la reflexión teórica en torno al consumo cultural, en estos primeros años del siglo XXI se vincula a otras obligadamente: globalización, industrias culturales, mercado cultural y la sociedad de la información y el conocimiento así como las políticas públicas culturales.
Y son precisamente el impacto de la globalización y la sociedad de la información y del conocimiento los que ha provocado un “desorden” o “desorganización de consumo cultural” y el necesario “reordenamiento” de la oferta cultural ante una nueva demanda. Este fenómeno sucede más entre los jóvenes que muchas veces retoma el hogar como espacio de consumo cultural: televisión, radio, internet, modulares, libros, etc., donde su apropiación de mercancías simbólica es bastante diferente a la de los adultos.
Las anteriores reflexiones surge ante la lectura de una convocatoria emitida para la realización de Foros Regionales de Consulta Ciudadana sobre Juventud, organizados por el Instituto de la Juventud Veracruzana que se iniciarán mañana en Poza Rica, Coatzacoalcos y esta ciudad. De esta convocatoria y sobre el tema que hemos comentado nos llama la atención dos cuestiones: ¿Por qué en la mesa de trabajo sobre Participación Juvenil el tema “consumo cultural y tiempo libre”? y ¿Por qué vincularlo necesariamente con el tiempo libre?
Para el debate, precisamente sobre la juventud y el consumo cultural planteamos tres aspectos que antes ya han sido presentados en diferentes estudios y foros, incluso en esta ciudad el año antepasado:
1. El análisis objetivo de la relación consumo cultural- acceso equitativo, nos lleva a pensar en el cúmulo de imágenes-información y datos y textos que se adquieren a través de las nuevas Tecnologías de la Información y el Conocimiento (TIC) y la tremenda brecha digital existente, que implica desigualdad y marginación, principalmente entre los jóvenes
2. Los teóricos ortodoxos del consumo cultural opinan que los planteamientos de la sociedad muchas veces son captados por una estructura burocrática que no se encuentra preparada para ello y traducirlos a una política pública. Afortunadamente este no es el caso de Veracruz, pues en el Injuver se encuentran jóvenes y no muy jóvenes inteligentes, sensibles y comprometidos, ojalá no falle nuestra percepción
3. Las políticas culturales democráticas deben dar respuesta a las necesidades expresadas por la comunidad, pero algunos teóricos y funcionarios de la administración pública cultural opinan que los planteamientos presentados por la sociedad no siempre son los más acertados o convenientes. ¿De qué tipo serán las necesidades y peticiones que presentará la juventud veracruzana en este caso como principales actores de esta consulta y no los adultos?
La respuesta a todo lo anterior la tendremos cuando conozcamos el Plan Estratégico para el Desarrollo Integral de la Juventud que será producto de los foros mencionados y el espacio que en el mismo ocupe el tema, “Consumo Cultural y Tiempo Libre”.
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