Entre los diversos aspectos que llamaron nuestra atención en torno a la tragedia ocasionada por el huracán Katrina el pasado lunes 29 de agosto en Nueva Orleáns, se encuentra el aspecto relacionado con la tardanza de los apoyos para los damnificados que perdieron todo y esperaban la ayuda inmediata del gobierno federal de Estado Unidos.
De acuerdo a las agencias de noticias AFP y Reuters el día 12 de este mes el presidente George W. Bush declaró que “la tormenta no hizo discriminaciones y los socorristas tampoco las harán... los socorristas no verificaron el color de la piel de los damnificados antes de ayudarlos”, mientras algunos de sus oponentes sugirieron que su administración se mostró negligente por que las víctimas eran principalmente negros y pobres.
Aunado a lo anterior las mismas agencias AFP y Reuters, a las cuales se sumó DPA, el pasado miércoles 13 boletinaron que por lo pronto, blancos y negros estadounidenses tienen opiniones radicalmente opuestas respecto de la reacción gubernamental al huracán, según una encuesta de opinión publicada este martes, que muestra que la comunidad negra estima que las víctimas fueron abandonadas a causa de su raza.
Según la encuesta realizada por Gallup para CNN y el diario USA Today, seis de cada diez negros estiman que la lentitud del gobierno federal en intervenir para ayudar a la población de la inundada Nueva Orleáns fue por que la mayoría era de raza negra. Únicamente un blanco de cada 8 piensa lo mismo.
“Así mismo, 72% de los negros estima que el presidente Bush no se preocupa por los de su raza contra 26 % de los blancos que comparte esa opinión”.
Lo anterior nos ha hecho reflexionar sobre la discriminación y sus diferentes modalidades como es el racismo y su existencia a principios de este siglo, a veces de manera visible y en ámbitos que se suponen democráticos y, en otros, de manera soterrada, oculta, invisible, y lo que es peor, como parte de nuestros usos y costumbres, de nuestra cotidianidad, como “elemento natural” de nuestra cultura, es decir de nuestras interacciones e interrelaciones con los “otros”: familiares, vecinos, compañeros de trabajo, amigos, etc.
El racismo siempre ha existido. Nos referimos a él, desde luego, con una perspectiva social y política. El racismo se identifica con la visión, actitud y política que parte de teorías supuestamente científicas que inducen a la creencia de la superioridad de una raza o razas sobre otra u otras con la cuales se justifican, consienten y coadyuvan a generar actitudes de discriminación, persecución o maltrato hacia las razas que se consideran inferiores. Se habla de dos tipos de racismo: uno “débil” y otro “fuerte”.
De acuerdo a factores históricos económicos y culturales existe un racismo que se presenta en cualquier país, comunidad o grupo. Es un racismo de baja intensidad pero no justificable desde cualquier punto de vista. Se fundamenta en ideologías de pequeños grupos y en teorías que no llegan a niveles políticos de riesgo o conflicto.
Existe otro racismo que deviene ideología y se convierte en política de Estado, lo que entraña un conflicto político, racial y de choque de naciones. Es el llamado racismo “fuerte”. La historia nos señala como ejemplos emblemáticos de este racismo el asumido por Sudáfrica y el antisemitismo de Alemania, por todos conocidos.
La última etapa del racismo, el que llega hasta nuestros días se inicia en el siglo pasado, después de la primera guerra mundial, y sus orígenes son remotos, siendo producto de una suma de factores entre los que destacan tres: el estudio “científico” de las razas, el surgimiento de un nacionalismo que se puede identificar con el fundamentalismo y una posición irracional o mística que transita de los conceptos “pueblo” y “nación” para llegar al de “raza superior” con elementos primordiales como el de la sangre, lengua y una “religiosidad” de la estirpe, la herencia. Todo lo anterior sucedió antes de la segunda guerra mundial. Desde luego este racismo se opone a la cultura en el mejor de los sentidos, al humanismo, al racionalismo político y social.
Dentro de este marco, el maestro Natán Lerner expresa que “Sólo con la comprensión cabal de los horrores racistas durante la segunda guerra mundial y el acopio de información acerca de los alcances del genocidio nazi y del Holocausto, el mundo tomó conciencia de la necesidad de adoptar medidas concretas para prevenir y suprimir la discriminación contra todo grupo humano, por cualquier motivo, y particularmente por razones de supuesta superioridad racial”.
Es hasta los años 60 que ante la presión internacional la Asamblea General de la Naciones Unidas proclama la Declaración sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Racial el 2 de noviembre de 1963, integrada por 11 artículos y cuyo contenido quedó rebasado por la Convención adoptada posteriormente.
Después de la Declaración mencionada, la Asamblea General de las Naciones Unidas adopta la Convención Internacional sobre la Eliminación de Todas la Formas de Discriminación Racial el 21 de diciembre de 1965. En esta Convención se asienta que “discriminación racial” será “toda distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en motivos de raza, color, linaje u origen nacional o étnico que tenga por objeto o por resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio en condiciones de igualdad de los derechos humanos y libertades fundamentales en las esferas política, económica, social, cultural o en cualquier otra esfera de la vida política”.
El anterior concepto es producto de un fuerte debate en el seno de la Organización de las Naciones Unidas que se inicia después de la segunda guerra mundial. Pero después de la adopción de la Convención en 1965, el debate en torno a la discriminación racial ha evolucionado, introduciendo un elemento no considerado primordial con antelación.
El nuevo debate sobre el racismo relega el componente o elemento biológico de las razas y lo suple con el factor cultural. La discriminación racial, se dice en el debate actual, tiene como motivo la cultura de un individuo o grupo social, por lo regular minoritario, refiriéndose a su identidad, lengua, usos y costumbres, fiestas, folclor vestuario, etc. Este giro del debate implica la obsolescencia de la definición que presenta la Convención de 1965.
Así, la discriminación racial se vincula con la diversidad cultural, la vida de los grupos minoritarios, las relaciones de poder, dominación y exclusión, la tolerancia, etc., y asume formas y niveles que muchas veces pasan inadvertidos, constituyendo un déficit de la democracia contemporánea.
Desgraciadamente, fue la tragedia de Nueva Orleáns la que logró que la discriminación racial volviera a ser visible y que motive a reflexionar sobre su existencia, no únicamente en escenarios distantes y ajenos, sino en nuestro entorno inmediato y cotidiano: Xalapa, Veracruz, México.
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