domingo, 14 de agosto de 2005

Artesanías: crisis y decadencia

El pasado día 5 de este mes ( La Jornada, p. 42) aparecieron declaraciones del director general del Fondo Nacional de Fomento a las Artesanías (Fonart) sobre “La necesidad de reforzar el programa de capacitación para los artesanos más pobres del país, además de que los recursos que se manejan no permiten dar respuestas a todos los que solicitan ayuda. De tal suerte que de los 9.5 millones de productores que requerirían de ayuda, solo 2 mil pueden recibirla”.
Además, declaró sobre otras situaciones graves, como que “es necesario diseñar un esquema de protección para las artesanías mexicanas, toda vez que la competencia global es feroz, sobre todo la asiática”.
A lo anterior, agregó, “…acordamos convenios con gobiernos estatales y municipales para la puesta en marcha del programa de anticipos. Sin embargo, enfrentamos problemas con la veracidad del padrón con el que trabajamos, por que encontramos datos dispersos y una incapacidad del organismo para establecer un censo artesanal en el país, cuando ni el mismo Inegi cuenta con él”.
Ante estas declaraciones que manifiestan una situación altamente grave por la que atraviesa la producción, circulación y consumo de las artesanías no nos queda sino reflexionar en torno a ellas, que desde hace tiempo han ocupado un lugar importante como elemento de las identidades nacionales hoy a debate, y que deben ser repensadas y reconceptualizadas en un escenario en que privan la globalización, el mercado cultural, las industrias culturales, y, por otro lado, persisten elementos como la pobreza y la marginación de sus productores, artistas y creadores muchas veces explotados de manera ignomiosa y olvidados o soslayados por las políticas culturales y las autoridades del sector correspondiente.
Actualmente, las culturas populares se llegan a construir en dos espacios: 1) las prácticas de trabajo, familiares, de comunicación y de todo tipo con que el sistema capitalista organiza la vida de todos los que se encuentran dentro de él; y 2) las prácticas y formas de pensamiento que los sectores populares generan para sí mismos, para conceptualizar y expresar su realidad y su ubicación subordinada en la producción, circulación y consumo.
Se puede afirmar que las culturas populares son productos de una comunidad que hace una apropiación un tanto desigual del capital cultural; una construcción de su modo y condiciones de vida propias; y una interrelación e interacción conflictiva con los sectores hegemónicos. Esta perspectiva se aleja de las dos que predominaron en las primeras décadas del siglo pasado: la interpretación romántica de Europa y lo europeo y el nacionalismo e indigenismo en América Latina por un lado y, por otro, la del positivismo que hizo a un lado el aspecto político de la producción simbólica popular.
La interpretación romántica de las culturas populares sigue atrayendo a folcloristas e indigenistas y se usa todavía en el discurso político nacionalista. Para el nacionalismo e indigenismo las culturas populares constituyen la esencia misma de lo nacional, de lo mexicano. Una tercera interpretación atiende leyendas, mitos, fiestas, instituciones y ha producido libros, monografías, exposiciones, muestras en el extranjero. En la actualidad ninguna de estas interpretaciones o perspectivas atiende la ubicación de las culturas populares en el marco de la expansión de la globalización y el nuevo mercado cultural.
Una cuestión decisiva es entender a las culturas populares en su vinculación con los conflictos sociales, con el desprecio con que las toman algunos sectores, con las condiciones de explotación de los grupos que las producen. En este momento no existe una tipología de las interrelaciones y las interacciones entre las culturas populares y los grupos sociales de las que son producto, por ello algunos teóricos hablan ya de culturas subalternas en oposición a las culturas hegemónicas.
Hoy, una artesanía se puede analizar atendiendo diversas funciones, básicamente tres: económica, social y política. Su función económica es la de ser instrumento para la reproducción social. La segunda función se cumple cuando coadyuva a reconstruir una identidad. La función política sucede cuando a través de ella se lucha contra la hegemonía en los mercados culturales y la preferencia de los consumidores.
Lo anterior significa que el estudio de las artesanías como objetos o mercancías culturales no se debe circunscribir a la simple descripción de su color y diseño, del material con que fue confeccionada o de la técnica con que se produjo, sino también de otros aspectos. Una artesanía actualmente nos debe remitir a los textos que la prefiguran, promueven y describen (leyes, decretos, folletos turísticos, convocatorias para concursos, catálogos de venta, etc.); también se vinculan a las prácticas sociales y culturales de quienes las producen y de quienes las compran o consumen: el poblador de una aldea, el marchante de un mercado campesino, la empleada de un museo, la dependienta de una boutique o bien el turista nacional, la señora de clase media, el visitante extranjero; y, el lugar que ocupan junto con otras mercancías en la organización del espacio donde se promueven o venden (en un mercado junto a verduras, semillas o en el suelo; en un museo en un aparador especial; en una tienda junto a vestidos, accesorios o como mero objeto decorativo).
En cuanto al último aspecto mucho se puede analizar. Las artesanías a partir de la segunda mitad del siglo pasado han transitado de los mercados pueblerinos a las boutiques de las metrópolis, con todo lo que ello implica. Originalmente se elaboraban en las mismas casas de los artesanos y allí se tenían que ir a comprar, eran sencillas, con diseños rudimentarios y de uno o dos colores. De ahí pasaron a las ferias y más tarde a los mercados campesinos o rurales, para transitar después a los mercados urbanos donde aún se pueden encontrar. Después pasaron a las tiendas artesanales para turistas, privadas u oficiales, lo que constituyó un gran paso. Lo inmediato fue que en los museos se les asignara un espacio con la misma categoría de otros. Por último, hoy se muestran como ornamentos o se venden en boutiques a precios poco accesibles.
El anterior recorrido que se inicia en la casa campesina o indígena hasta llegar a los museos o boutiques implica una evolución de la carga simbólica e ideológica de las artesanías: el paso de una elaboración propiamente artesanal o casera a una producción en serie y la evolución a una industria cultural; la exigencia de un mejor acabado y la capacitación de sus productores; la introducción de nuevos diseños, colores, modelos, materiales; el nuevo costo de la producción, el precio a la venta y la explotación de los artesanos; la vinculación con promotores; compradores y revendedores, es decir la entrada al mercado cultural; y, la aparición y relación con instituciones oficiales que las promueven como el Fonart.
La relación de las artesanías con el turismo, las industrias culturales, las nuevas tecnologías para la comunicación y los intercambios culturales hacen que surjan diversas hipótesis para el esclarecimiento de su ubicación en el mercado global y sus implicaciones.
En primer lugar, se postula que el desarrollo del mercado global y del mercado cultural en particular, no suprimen las culturas populares dentro de las que se encuentran, como un producto característico, las artesanías. También se argumenta que en este momento de mundializacíon y de otros nuevos paradigmas sociales las culturas campesinas y tradicionales ya no representan estrictamente a las culturas populares.
Se afirma que lo popular no se concentra ya únicamente en los objetos, en este caso las artesanías, sino que rebasa esta visión y transciende a otras dimensiones: sociales, políticas, económicas. Lo anterior se complementa con la teoría de que lo popular no es exactamente un monopolio de los llamados sectores populares.
Si se atiende la actual dinámica social de los campesinos y los indígenas, principales productores de las artesanías, se puede observar que lo popular no es vivido por los sujetos populares como una complacencia melancólica por las tradiciones. Hoy lo popular tiene nuevas dimensiones, como ya se afirmó, y dentro de este marco se tienen que reconceptualizar las tradiciones como elementos de las identidades nacionales.
La conservación pura de las tradiciones, también se argumenta, no es ya en este momento el mejor recurso para un desarrollo integral de quienes son sus depositarios. Resulta raro encontrar en estos momentos un pueblo o grupo social que conserve sus tradiciones idénticas a las de hace años, pues se han visto impactadas por fenómenos contemporáneos que las han hecho evolucionar. Hoy se puede hablar de neoartesanías, las cuales cuentan en su elaboración con elementos que hace diez o veinte años nos parecerían totalmente inadecuados: materiales no autóctonos, diseños que toman elementos de otras culturas, aplicación de los lineamientos de la moda actual, etc.
En este marco, el problema a dilucidar es la redefinición de las artesanías y los elementos que la deben integrar: quiénes las producen (indígenas, campesinos o las industrias culturales); su elaboración (manual y anónima o en serie); el carácter (rudimentario o industrial); autenticidad y originalidad (artesanías, neoartesanías, seudoartesanías).
Hoy ¿qué representan las artesanías?, ¿por qué algunos menosprecian a las artesanías mexicanas?, ¿qué son las culturas populares?, ¿por qué seguir produciendo artesanías? y ¿para quiénes producirlas?. Las respuestas a estas preguntas se pueden elaborar en dos vertientes: en primer lugar se deben aplicar nuevos paradigmas, categorías, dimensiones y conceptos. En segundo término las respuestas constituyen problemas que corresponde solucionar al Estado y a toda la sociedad, pero quienes primero deben opinar y participar son los mismos artesanos, los auténticos, los trabajadores populares de la cultura que requieren capacitación para generar un pensamiento crítico respecto a sus productos, mismos que hoy deben verse como un proceso social y económico y no como un acto de creación artística aislado y sin ningún vinculo con su contexto.
El futuro de las artesanías está en la sociedad, en los artesanos, en la redefinición del proceso de su producción, consumo y circulación en el mercado y en la ampliación del número de sus consumidores. Pero también en la redefinición, rediseño y reorganización de las instituciones oficiales encargadas de su promoción como es el Fonart, del cual llama la atención su sectorización en la Sedesol y no en el Conaculta.
De una manera u otra, el Fonart deberá brindar mayor capacitación a los artesanos; cambiar los préstamos por anticipos como ya lo manifestó su director; luchar por un mayor presupuesto; buscar más y mejores mecanismos de financiamiento; y, difundir entre toda la sociedad mexicana la significación de las artesanías como un proceso social que hoy nos identifica en lo local dentro de un contexto global.
¿Usted posee una artesanía, neoartesanía o seudoartesanía mexicana?, ¿ha pensado la significación del proceso de su creación y producción?, ¿ha obsequiado alguna vez una artesanía mexicana o prefiere las extranjeras?.

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