Fue en 1955, durante el foro sobre “El Futuro de la Libertad” organizado por el Congreso por la Libertad de la Cultura celebrado en Milán con la asistencia de politólogos, escritores, literatos, periodistas y académicos cuando se trató por primera vez en medio de fuertes polémicas, debates y acaloradas discusiones acerca del derrumbe de las ideologías, su decaimiento, desvanecimiento o falta de pertinencia en ese momento.
Aun antes de ese año y hasta 1960 Raymond Aron postulaba la declinación de las ideologías tradicionales, de las creencias políticas, de los fanatismos políticos, de los extremismos, debido a que las contradicciones y demandas derivadas de ellas se podían resolver mediante la conciliación. Por su parte, Daniel Bell hablaba del agotamiento de las ideologías totalizantes y apasionadas debidas a que los intelectuales portadores de ellas, pretendiendo cambiar el sistema de vida de los hombres, habrían llegado a un acuerdo, amplio y profundo, acerca de los problemas políticos fundamentales. Bell se refería a la adopción del “estado de bienestar” y la solución de las necesidades apremiantes de los obreros y de la sociedad.
También en 1960, Seymour Martín Lipset proponía el desvanecimiento de las ideologías partiendo del hecho de que la polarización ideológica decrecía a cada momento atenuándose las diferencias entre izquierda y derecha. Lipset invocaba al reconocimiento de los derechos económicos y políticos de los trabajadores, la llegada del estado de bienestar y el reconocimiento de la izquierda de la inconveniencia de otorgar al estado más poderes para resolver problemas económicos.
El debate sobre el ocaso de las ideologías se inició y ha perdurado desde que la misma tesis fue discutida por primera vez, siendo objeto de múltiples críticas. La primera de ella es la que opone la tesis al surgimiento de una derecha radical y una nueva izquierda, principalmente en América y concretamente en Estados Unidos. Otro señalamiento es que el que se refiere al desplazamiento hacia un choque de las ideologías que se da para dirimir nuevos problemas políticos, nuevas realidades sociales, que hace 50 años no surgían.
Otra crítica es la que toma la tesis como otra ideología, es decir la misma ausencia de toda ideología. Por último se sostiene que esta tesis es una embestida contra los ideales de la humanidad, contra la visión política del futuro del hombre y la colectividad.
En el debate sobre el ocaso de las ideologías se hizo a un lado el concepto de éstas que parte de Marx y que se sustenta en la noción de las relaciones de dominio. A diferencia de ello, se fundamenta en las ideologías como sistemas de principios, valores, creencias políticas, ideas que orientan o reorientan la actuación política colectiva, más que la individual. Así, la ideología se traduce en una acción, un estilo político, una política pública pero también en el dogmatismo, un apasionamiento político. Giovanni Sartori la contrapone al pragmatismo.
Para J. Friedrich las ideologías son “sistemas de ideas conectadas con la acción”, relacionándose con un programa o estrategia para sostener o cambiar un sistema político a través de un partido o grupo social. Para Zbigmie K. Brzezinski la ideología es “un programa apto para la acción de masas, derivado de determinados asuntos doctrinales sobre la naturaleza general de la dinámica de la realidad social, y que combina ciertas afirmaciones sobre la inadecuación del pasado o del presente con ciertos rumbos explícitos de acción para mejorar la situación y ciertas nociones sobre el estado de cosas final y deseado”.
Hasta finales del siglo pasado, el debate sobre la caída de las ideologías continuaba pero la realidad ha demostrado que éstas subsisten y siguen vigentes a través del binomio izquierda-derecha, si bien hoy se puede hablar de “izquierdas” y “derechas” pues en cada una de ellas existen matices, modalidades o enfoques que los hacen diferentes. Este mismo binomio es hoy cuestionado con argumentos como el de que simplemente ya no existe y para otros resulta insuficiente para explicar la realidad social y política que se vive.
Sin embargo, en el discurso político de América, el binomio izquierda-derecha sigue siendo el eje en torno al cual se debate tanto al interior de los partidos como en medios de comunicación, foros y en la vida cotidiana. Se habla de gobiernos de derecha, partidos de izquierda, movimientos sociales de tendencia izquierdista, publicaciones de la derecha, periódicos que son voceros de la izquierda. Pero también se habla de grupos secretos de ultraderecha, guerrillas de izquierda, alianzas de centro-izquierda, posiciones de centro-derecha.
Pero más allá del significado del binomio y de cuál es exactamente ese significado y de su origen espacial un tanto anecdótico que se remonta a la Revolución Francesa, “izquierda” y “derecha” son dos conceptos excluyentes pero a la vez complementarios, que se contraponen para expresar posiciones contrarias del pensamiento y la acción política y que se pueden y deben abordar desde diferentes perspectivas: sociológica, histórica y, desde luego, política.
La “izquierda” y la “derecha” implican, además de su contenido estrictamente ideológico, una visión diferente de la realidad, de los problemas que en ella se originan, la manera de solucionarlos, programas de acción, luchas sociales, pugnas por el poder, intención de cambios, bienestar del hombre, de sus derechos fundamentales, de la igualdad y la desigualdad, y de la democracia.
Si bien, se han propuesto posiciones intermedias y terceras soluciones, el binomio izquierda-derecha, subsiste con diferentes matices y modalidades, como ya se mencionó anteriormente y cuyo estudio amerita otros espacios. En algunos lugares ha predominado una tendencia durante largas etapas y la otra ha permanecido incubándose durante largos periodos de lucha y resistencia. Desde luego, ante nuevas realidades sociales pero que conservan elementos de otros tiempos, también se tienen que generar “nuevas Izquierdas” y “nuevas derechas”, algunas de ellas agregan enfoques y elementos y otros retomen o rescatan algunos que parecían desaparecidos.
“La izquierda, en América Latina, regresa con fuerza. Mientras la mayor parte de los publicistas, periodistas, gobernantes, académicos y funcionarios del Banco Mundial celebran el triunfo del neoliberalismo, o a lo sumo lo lamentan, un vasto movimiento de oposición crece de tal forma que a medio plazo puede desafiar la totalidad de la estructura de poder del libre mercado. Por ahora, esta nueva fuerza de oposición se halla débilmente cohesionada entre sí, concretándose a través del participación en foros, seminarios y encuentros internacionales, pero se halla fuertemente arraigada en cierto número de países y, aunque tenga su origen en regiones o clases específicas, está logrando mayores apoyos y se encamina hacia la construcción de bloques nacionales contrahegemónicos” (James Petras, 2000).
El autor citado también manifiesta que “las mismas condiciones de <<éxito>> del modelo neoliberal han creado las condiciones adecuadas para el resurgimiento de movimientos sociopolíticos radicales y extraparlamentarios. La disminución de los ingresos de los trabajadores asalariados, el despido de decenas de miles de empleados del sector público, el empobrecimiento de las provincias y la ruina de millones de pequeños productores y campesinos han disparado el crecimiento de movimientos radicales que encuentran su principal enemigo en el sistema cerrado de los mercados libres para los ricos”.
Todo lo anterior nos ocupa ante la noticia, minimizada en estos momentos por las elecciones de Estados Unidos, de que el anterior domingo en Uruguay triunfó en la contienda electoral por la presidencia de la república Tabaré Ramón Vázquez Rosas, como candidato de una coalición integrada por Encuentro Progresista-Frente Amplio-Nueva Mayoría (EP-FA-NM) que se identifica con la izquierda y que por primera vez gana unas elecciones presidenciales, pues Tabaré Vázquez, como es mejor conocido, ya lo había intentado con antelación dos veces.
Este triunfo resulta interesante ya que se agrega al de Lula en Brasil y otros movimientos de la nueva izquierda que avanzan en América Latina con grandes posibilidades de victoria, ya que tuvo la capacidad de evolución de los viejos esquemas de la izquierda populista a estrategias para enfrentar nuevas realidades que hoy vive Uruguay y toda América. De manera contraria, Tabaré Vásquez no hubiese obtenido el triunfo.
Pero también, este triunfo nos indica que las ideologías subsisten y siguen vigentes, si bien en Uruguay la izquierda arribó después de un gobierno detentado por dos partidos de la tendencia contraria.
Con la llegada de Tabaré Vázquez, se demuestra que la izquierda como ideología continúa siendo una opción política, una alternativa de gobierno y una posibilidad viable de transición a la democracia. Así lo expresó ya el nuevo gobernante, además de referirse en su primera declaración pública a un encuentro con la oposición para tejer acuerdos, la construcción de consensos y el rescate del país. Desde luego, la coalición que encabezó Tabaré Vázquez, constituye un bloque izquierdista de nuevo cuño, con una integración auténticamente plural, sólida debido al largo periodo de su gestación. Se trata de la nueva izquierda con una nueva visión de las luchas a librar y nuevos paradigmas.
El ya citado James Petras manifiesta al referirse a esa izquierda nueva que es la que “radica en las nuevas fuerzas sociales del campo y los barrios pobres urbanos. No reniega del papel de los sindicatos urbanos, ni del de la clase media-baja que sufre la crisis, pero se centra en la primera fase de un proceso expansivo de acumulación de fuerzas de izquierda cuyo núcleo está en las zonas rurales. Estos nuevos movimientos campesinos que combinan problemas de clase, étnicos, ecológicos y de género, trabajan en la formulación de un proyecto político coherente. Están dirigiendo su atención a la construcción de coaliciones urbanas y al establecimiento de alianzas con actores de las ciudades y de los sectores más estratégicos de la economía. Los nuevos movimientos rurales, aunque agrupan a productores económicamente marginales, son catalizadores políticos estratégicos. Los nuevos pensadores de estos movimientos buscan la manera de establecer lazos con la clase obrera, con los trabajadores de los sectores energéticos, agroalimentarios, de transporte y de las manufacturas; sectores que aunque ahora son políticamente débiles continúan siendo económicamente estratégicos.”
Aun antes de ese año y hasta 1960 Raymond Aron postulaba la declinación de las ideologías tradicionales, de las creencias políticas, de los fanatismos políticos, de los extremismos, debido a que las contradicciones y demandas derivadas de ellas se podían resolver mediante la conciliación. Por su parte, Daniel Bell hablaba del agotamiento de las ideologías totalizantes y apasionadas debidas a que los intelectuales portadores de ellas, pretendiendo cambiar el sistema de vida de los hombres, habrían llegado a un acuerdo, amplio y profundo, acerca de los problemas políticos fundamentales. Bell se refería a la adopción del “estado de bienestar” y la solución de las necesidades apremiantes de los obreros y de la sociedad.
También en 1960, Seymour Martín Lipset proponía el desvanecimiento de las ideologías partiendo del hecho de que la polarización ideológica decrecía a cada momento atenuándose las diferencias entre izquierda y derecha. Lipset invocaba al reconocimiento de los derechos económicos y políticos de los trabajadores, la llegada del estado de bienestar y el reconocimiento de la izquierda de la inconveniencia de otorgar al estado más poderes para resolver problemas económicos.
El debate sobre el ocaso de las ideologías se inició y ha perdurado desde que la misma tesis fue discutida por primera vez, siendo objeto de múltiples críticas. La primera de ella es la que opone la tesis al surgimiento de una derecha radical y una nueva izquierda, principalmente en América y concretamente en Estados Unidos. Otro señalamiento es que el que se refiere al desplazamiento hacia un choque de las ideologías que se da para dirimir nuevos problemas políticos, nuevas realidades sociales, que hace 50 años no surgían.
Otra crítica es la que toma la tesis como otra ideología, es decir la misma ausencia de toda ideología. Por último se sostiene que esta tesis es una embestida contra los ideales de la humanidad, contra la visión política del futuro del hombre y la colectividad.
En el debate sobre el ocaso de las ideologías se hizo a un lado el concepto de éstas que parte de Marx y que se sustenta en la noción de las relaciones de dominio. A diferencia de ello, se fundamenta en las ideologías como sistemas de principios, valores, creencias políticas, ideas que orientan o reorientan la actuación política colectiva, más que la individual. Así, la ideología se traduce en una acción, un estilo político, una política pública pero también en el dogmatismo, un apasionamiento político. Giovanni Sartori la contrapone al pragmatismo.
Para J. Friedrich las ideologías son “sistemas de ideas conectadas con la acción”, relacionándose con un programa o estrategia para sostener o cambiar un sistema político a través de un partido o grupo social. Para Zbigmie K. Brzezinski la ideología es “un programa apto para la acción de masas, derivado de determinados asuntos doctrinales sobre la naturaleza general de la dinámica de la realidad social, y que combina ciertas afirmaciones sobre la inadecuación del pasado o del presente con ciertos rumbos explícitos de acción para mejorar la situación y ciertas nociones sobre el estado de cosas final y deseado”.
Hasta finales del siglo pasado, el debate sobre la caída de las ideologías continuaba pero la realidad ha demostrado que éstas subsisten y siguen vigentes a través del binomio izquierda-derecha, si bien hoy se puede hablar de “izquierdas” y “derechas” pues en cada una de ellas existen matices, modalidades o enfoques que los hacen diferentes. Este mismo binomio es hoy cuestionado con argumentos como el de que simplemente ya no existe y para otros resulta insuficiente para explicar la realidad social y política que se vive.
Sin embargo, en el discurso político de América, el binomio izquierda-derecha sigue siendo el eje en torno al cual se debate tanto al interior de los partidos como en medios de comunicación, foros y en la vida cotidiana. Se habla de gobiernos de derecha, partidos de izquierda, movimientos sociales de tendencia izquierdista, publicaciones de la derecha, periódicos que son voceros de la izquierda. Pero también se habla de grupos secretos de ultraderecha, guerrillas de izquierda, alianzas de centro-izquierda, posiciones de centro-derecha.
Pero más allá del significado del binomio y de cuál es exactamente ese significado y de su origen espacial un tanto anecdótico que se remonta a la Revolución Francesa, “izquierda” y “derecha” son dos conceptos excluyentes pero a la vez complementarios, que se contraponen para expresar posiciones contrarias del pensamiento y la acción política y que se pueden y deben abordar desde diferentes perspectivas: sociológica, histórica y, desde luego, política.
La “izquierda” y la “derecha” implican, además de su contenido estrictamente ideológico, una visión diferente de la realidad, de los problemas que en ella se originan, la manera de solucionarlos, programas de acción, luchas sociales, pugnas por el poder, intención de cambios, bienestar del hombre, de sus derechos fundamentales, de la igualdad y la desigualdad, y de la democracia.
Si bien, se han propuesto posiciones intermedias y terceras soluciones, el binomio izquierda-derecha, subsiste con diferentes matices y modalidades, como ya se mencionó anteriormente y cuyo estudio amerita otros espacios. En algunos lugares ha predominado una tendencia durante largas etapas y la otra ha permanecido incubándose durante largos periodos de lucha y resistencia. Desde luego, ante nuevas realidades sociales pero que conservan elementos de otros tiempos, también se tienen que generar “nuevas Izquierdas” y “nuevas derechas”, algunas de ellas agregan enfoques y elementos y otros retomen o rescatan algunos que parecían desaparecidos.
“La izquierda, en América Latina, regresa con fuerza. Mientras la mayor parte de los publicistas, periodistas, gobernantes, académicos y funcionarios del Banco Mundial celebran el triunfo del neoliberalismo, o a lo sumo lo lamentan, un vasto movimiento de oposición crece de tal forma que a medio plazo puede desafiar la totalidad de la estructura de poder del libre mercado. Por ahora, esta nueva fuerza de oposición se halla débilmente cohesionada entre sí, concretándose a través del participación en foros, seminarios y encuentros internacionales, pero se halla fuertemente arraigada en cierto número de países y, aunque tenga su origen en regiones o clases específicas, está logrando mayores apoyos y se encamina hacia la construcción de bloques nacionales contrahegemónicos” (James Petras, 2000).
El autor citado también manifiesta que “las mismas condiciones de <<éxito>> del modelo neoliberal han creado las condiciones adecuadas para el resurgimiento de movimientos sociopolíticos radicales y extraparlamentarios. La disminución de los ingresos de los trabajadores asalariados, el despido de decenas de miles de empleados del sector público, el empobrecimiento de las provincias y la ruina de millones de pequeños productores y campesinos han disparado el crecimiento de movimientos radicales que encuentran su principal enemigo en el sistema cerrado de los mercados libres para los ricos”.
Todo lo anterior nos ocupa ante la noticia, minimizada en estos momentos por las elecciones de Estados Unidos, de que el anterior domingo en Uruguay triunfó en la contienda electoral por la presidencia de la república Tabaré Ramón Vázquez Rosas, como candidato de una coalición integrada por Encuentro Progresista-Frente Amplio-Nueva Mayoría (EP-FA-NM) que se identifica con la izquierda y que por primera vez gana unas elecciones presidenciales, pues Tabaré Vázquez, como es mejor conocido, ya lo había intentado con antelación dos veces.
Este triunfo resulta interesante ya que se agrega al de Lula en Brasil y otros movimientos de la nueva izquierda que avanzan en América Latina con grandes posibilidades de victoria, ya que tuvo la capacidad de evolución de los viejos esquemas de la izquierda populista a estrategias para enfrentar nuevas realidades que hoy vive Uruguay y toda América. De manera contraria, Tabaré Vásquez no hubiese obtenido el triunfo.
Pero también, este triunfo nos indica que las ideologías subsisten y siguen vigentes, si bien en Uruguay la izquierda arribó después de un gobierno detentado por dos partidos de la tendencia contraria.
Con la llegada de Tabaré Vázquez, se demuestra que la izquierda como ideología continúa siendo una opción política, una alternativa de gobierno y una posibilidad viable de transición a la democracia. Así lo expresó ya el nuevo gobernante, además de referirse en su primera declaración pública a un encuentro con la oposición para tejer acuerdos, la construcción de consensos y el rescate del país. Desde luego, la coalición que encabezó Tabaré Vázquez, constituye un bloque izquierdista de nuevo cuño, con una integración auténticamente plural, sólida debido al largo periodo de su gestación. Se trata de la nueva izquierda con una nueva visión de las luchas a librar y nuevos paradigmas.
El ya citado James Petras manifiesta al referirse a esa izquierda nueva que es la que “radica en las nuevas fuerzas sociales del campo y los barrios pobres urbanos. No reniega del papel de los sindicatos urbanos, ni del de la clase media-baja que sufre la crisis, pero se centra en la primera fase de un proceso expansivo de acumulación de fuerzas de izquierda cuyo núcleo está en las zonas rurales. Estos nuevos movimientos campesinos que combinan problemas de clase, étnicos, ecológicos y de género, trabajan en la formulación de un proyecto político coherente. Están dirigiendo su atención a la construcción de coaliciones urbanas y al establecimiento de alianzas con actores de las ciudades y de los sectores más estratégicos de la economía. Los nuevos movimientos rurales, aunque agrupan a productores económicamente marginales, son catalizadores políticos estratégicos. Los nuevos pensadores de estos movimientos buscan la manera de establecer lazos con la clase obrera, con los trabajadores de los sectores energéticos, agroalimentarios, de transporte y de las manufacturas; sectores que aunque ahora son políticamente débiles continúan siendo económicamente estratégicos.”
Dada la amplitud de tema, únicamente resta preguntarnos ¿cuáles son los elementos comunes entre la nueva izquierda triunfante en Uruguay y la de México, que se prepara para luchar por la presidencia en el 2006? y ¿su trayectoria, su integración, su evolución, su consistencia, su cohesión dentro de las diferencias, el liderazgo popular, las estrategias de lucha, son las mismas?
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