domingo, 24 de octubre de 2004

Tolerancia: principio democrático que se desvanece

Desde hace mucho tiempo, pero en los últimos días más, se ha hecho costumbre que observemos, leamos o nos enteremos de acciones, expresiones o actitudes que denotan o conllevan un fondo de intransigencia a lo plural, a lo que es diferente a nuestras posturas políticas o ideológicas, a nuestras costumbres sociales, a nuestra cultura, a nuestras creencias, a nuestra religión, a lo que creemos que es lo cierto y único y que fuera de ello todos están equivocados y fuera de la verdad. Esa intransigencia se traduce en condena, odio, crítica, discriminación, separación, menosprecio, burla, exterminio. Es la intolerancia.

Cuando observamos que alguien atenta contra los derechos fundamentales de uno o varios indígenas, se burla de los integrantes de una secta, atenta contra la dignidad de un anciano, discrimina a un niño de la calle, estamos ante un acto de intolerancia. Pero lo mismo sucede cuando la policía maltrata a migrantes indocumentados, o un gobierno totalitario extermina a pueblos completos en aras de una supuesta pureza racial. Esto es la intolerancia, que puede darse en lo individual o en lo colectivo, en lo social o en lo político.
Muchas veces la intolerancia tiene su origen en complejos, traumas, resentimientos sociales, pero también en la ignorancia y el temor a lo desconocido, a lo otro, a otras ideologías, a otras religiones, a otros movimientos sociales, a otros nacionalismos. Se genera, también, en sociedades portadoras de fanatismos, de un conservadurismo radical o en gobiernos totalitarios.
Respecto a lo anterior, Iring Fetscher manifiesta que “la tolerancia tiene como condición la conciencia de la propia identidad y un sentido realista del propio valor. Sólo quien está seguro de su identidad cultural y la reconoce como accidental y, sin embargo, dada, está en condiciones de aceptar como legítimo todo lo extraño o diferente. No puede sorprender que las personas inseguras de su identidad cultural o nacional muestren tendencia a la intolerancia”.
El concepto de la tolerancia tiene su origen en la esfera religiosa y su contenido era diferente al actual, como principio y fundamento de la democracia. Vale la pena, recordar que era tomada como un mal necesario, como sufrimiento, resignación o “acción de sobrellevar”. De ella se ocuparon Locke en su Carta sobre la tolerancia, 1685, y Voltaire, en su Tratado sobre la Tolerancia, 1763, escrito con motivo de la condena del protestante Jean Carlas, hasta el Concilio Vaticano y las encíclicas de Juan XXIII y Pablo VI, en las que se reconoce la dignidad natural de las personas.
Así, la tolerancia surge como un “principio moral” que permite la existencia y presencia de religiones diferentes. Este principio evolucionó al de la libertad religiosa y más tarde la libertad política.
Como principio y valor fundamental de las democracias modernas la tolerancia pasa de un carácter religioso, a otros: social, político e ideológico y se vincula al pluralismo, que es reconocido como un elemento inherente a la sociedad, que debe ser considerado como un valor democrático en sí mismo y que conlleva la diversidad de intereses e ideologías.
Dentro del marco de un real y auténtico reconocimiento al pluralismo, no como un discurso demagógico sino como una actitud democrática, la relación de trato y negociación entre grupos sociales y políticos se debe modificar. Los otros que dentro de un marco integrista, son los adversarios o enemigos a manipular, vencer o aniquilar pasan a ser en un esquema democrático, merecedores de un trato civilizado, de coexistencia pacífica y productiva, reconociéndoles lo que de pertinente y valioso hay en ellos.
Esa es la tolerancia: una garantía y condición del pluralismo democrático que consiste en el reconocimiento y respeto de los otros, los que tienen diferentes intereses, otras creencias, otras religiones, diversas ideologías, los que piensan distinto, actúan de otra manera, aman de otra forma, tienen otra visión de la realidad, un proyecto de vida distinto, con un ideal político que difiere del nuestro.
Al reconocer la pluralidad y la tolerancia como principios y valores de la democracia, también se tiene que señalar que la necesidad de gobernabilidad hace que se establezca una “competencia regulada” o “reglas del juego” para reproducir el pluralismo, evitando la violencia, procurando el apego a normas o reglas establecidas, fortaleciendo la coexistencia en la diversidad y el respeto a los derechos fundamentales de las personas y a los intereses de grupos, comunidades, partidos, etnias.
La tolerancia como práctica individual o como principio democrático se vincula a otros principios, valores y normas de convivencia social y política, como son la no violencia, la persuasión, el debate civilizado, la moderación, la fraternidad y sobretodo, la disposición y compromiso de cambiar de opinión, actitudes y acciones en atención a los acuerdos, consensos, nuevas condiciones sociales y políticas.
El respeto a los derechos humanos también se vincula con la tolerancia, como sucede con el cumplimiento de los derechos fundamentales de las minorías nacionales, etnias, religiones o lingüísticas. Lo mismo acontece con los derechos humanos de los solicitantes de asilo, migrantes, refugiados y personas con capacidades diferentes.
También, la tolerancia constituye en lo personal una virtud del ciudadano que la convierte, en el marco de un compromiso por la convivencia y la paz en un deber, que lo hará rechazar el dogmatismo y el fanatismo, la inflexibilidad y el apasionamiento. El ciudadano tolerante se compromete con la defensa de “la verdad” y su práctica del otro sin renunciar a lo propio, sino en un esquema de respeto mutuo, diálogo y disenso y, fundamentalmente, de reciprocidad. El ciudadano tolerante asume una actitud que lo distingue y lo hace participar con racionalidad en la solución de problemas sociales.
Un ciudadano tolerante y un estado democrático que asumen la tolerancia como principio fundamental deben admitir la existencia de la diversidad que se vincula, a la vez con el pluralismo. Un estado moderno y una sociedad plural deben partir de la existencia de la diversidad en los ámbitos privado y público: diversidad política, diversidad étnica, diversidad sexual, diversidad cultural, diversidad lingüística, Diversidad que implica nuevos mecanismos y estrategias de convivencia democrática, como son el diálogo, un nuevo tipo de negociación como ya se mencionó, construcción de consensos y respeto al disenso, etc. Esto es la tolerancia: reconocimiento, respeto, convivencia y solidaridad con la diversidad, con los otros.
Pero decíamos al inicio que más que observar actos de tolerancia, tal parece que lo que hoy priva en la intolerancia, el dogmatismo, el fanatismo, la intransigencia, las posturas radicales. La tolerancia parece perderse entre actitudes de enfrentamiento, ingobernabilidad, incivilidad, pragmatismo político, individualismos egoístas, ambiciones personales.
¿Acaso la tolerancia como principio democrático es obsoleta? Muchos la confunden con la indiferencia, el escepticismo ante la presencia de posiciones diversas o contrarias. Otros la toman como indulgencia, perdón o rechazo hacia el diferente social o políticamente. Pero otros más, caen en la intolerancia que se identifica con el rigor, el rechazo, la discriminación, el castigo.
Algunos teóricos señalan que con la tolerancia no es posible resolver los problemas de la sociedad actual, de la democracia moderna. Se refieren, obviamente, a una “tolerancia” clásica, a la que según ellos postulaba el “permitir a los diferente como un mal necesario” al “hay que aguantarlos”. Desde luego, hoy eso es una seudotolerancia.
En este inicio del siglo XXI, en que el dogmatismo, el fanatismo, el terrorismo y las posiciones políticas se radicalizan, se debe rescatar y fortalecer la tolerancia como parte de una nueva cultura política, evitar la intolerancia y señalar la seudotolerancia (actitud que entraña hipocresía, engaño, desprecio, lástima compasión), tanto en lo privado como en lo público. La convivencia pacífica y el futuro de la humanidad requieren de una nueva tolerancia, privada y pública, que si bien no es el único elemento de la democracia moderna, vinculado a otros como la pluralidad, transparencia, derechos humanos, derecho a la información, resulta fundamental.
Debemos admitir que existen interrogantes acerca de la tolerancia que aun no encuentran respuestas satisfactorias: ¿se debe tolerar la intolerancia?, ¿cuáles son los límites de la tolerancia?, ¿a quiénes debemos tolerar?, ¿qué ocurre cuando las prácticas culturales de un grupo chocan con los principios de libertad y autonomía individuales? (Will Kymlicka no ha resuelto esta última cuestión), ¿en una democracia moderna existe la tolerancia política de las mayorías a las minorías y viceversa? y otras.
La construcción de la tolerancia como principio democrático está vinculada a la educación y a la escuela, debiendo aparecer como contenido de los programas de educación cívica y vincularse a los derechos humanos y a la no discriminación. Pero más que ello, la tolerancia debe ser una práctica cotidiana en los espacios escolares y fuera de ellos. Al respecto, el papel de padres de familia y maestros es fundamental.
En relación con lo anterior, el ya citado Iring Fetscher, manifiesta que “Bien entendida, la tolerancia no significa indiferencia hacia los demás, sino el reconocimiento de sus diferencias y de sus derechos a ser diferentes. Ambas cosas están –o deberían estar- relacionadas con la simpatía y el interés. La tolerancia es una actitud que debería practicar tanto el individuo como el grupo social, tanto el gobierno, el Parlamento, como la ‘opinión pública’. Esta actitud no es ‘nata’; es un producto de socialización bien lograda”.
Aunque el problema de la intolerancia se presenta en cualquier lugar y en estos momentos se amplía en todas partes, sus manifestaciones también adquieren modalidades nacionales, locales y privadas. Por ello, con motivo del próximo Día Internacional de la Tolerancia, 16 de noviembre, establecido por la Unesco en 1995, observe a su alrededor, analice su comportamiento y el de su grupo familiar, laboral y social, lea los medios impresos, escuche los noticieros y saque sus conclusiones: ¿soy tolerante? ¿somos tolerantes? ¿respetamos a los que difieren de nosotros? ¿la diversidad es respetada? ¿practicamos la discriminación sin darnos cuenta? ¿excluimos a otros porque no son iguales o piensan diferente? ¿qué hace falta para fortalecer la tolerancia? ¿cómo puedo coadyuvar para construir la tolerancia en mi entorno? ¿mi líder político es tolerante? ¿en mi partido hay tolerancia?

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