domingo, 10 de octubre de 2004

De lo popular al populismo

Tanto en lo que escuchamos a diario, como en lo que leemos cotidianamente, estamos acostumbrados a encontrarnos con la palabra “popular”, pero en esta temporada de fuerte actividad política se agrega o se deriva la de “populista” como concepto vinculado al “populismo”. Todos los días vemos a un “personaje muy popular”, escuchamos o leemos las declaraciones del “candidato más popular”, pero también ante una acción opinamos que “es una medida populista” o “ha caído en el populismo” u otra muy interesante: “la marcha implicó un populismo aberrante” o “hemos vuelto al populismo”. De esta manera transitamos de lo “popular” al “populismo”. De lo social y cultural a lo político.
Como todos sabemos lo “popular” es lo perteneciente o relativo al pueblo; lo que caracteriza o procede de él; lo propio de las clases sociales menos favorecidas; lo que está al alcance de los menos dotados económica o culturalmente; que es estimado o, al menos, conocido por el público en general; calificativo de una forma de cultura, que el pueblo considera propia y constitutiva de su tradición. Retomamos a propósito las definiciones que nos ofrece el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, ya que nos muestra la amplitud y ambigüedad de lo popular y porque constituye el camino de entrada para abordar el populismo.
Los alcances políticos y sociales de lo popular han sido manipulados por las elites a través de la historia. La cultura dominante, los sistemas políticos de variadas tendencias, han utilizado el término que nos ocupa como herramienta de subordinación, depreciación, arrinconamiento, para minimizar lo relativo al pueblo: ¡lo popular! ¡ lo que le gusta al pueblo!, su lengua, su vestuario, sus actitudes, sus fetiches, sus objetos de ornamento, que por un lado se magnifican, pero por otro se desprecian.
Entre las diversas cargas semánticas de lo popular se encuentra la política, que alude, obviamente al pueblo, a su beneficio, a su bienestar, a la lucha que sostiene. De este modo, el populismo es un concepto político donde el pueblo es un referente tomado como un grupo social homogéneo, portador de valores específicos y permanentes y punto de partida para toda propuesta, acción o programa.
Se dice que el populismo es capaz de movilizar grandes masas y la única fuerza política para transformar las estructuras de un sistema político imperante, pues siempre invoca a la democracia como fundamento de cualquier forma de gobierno. Para otros es un recurso demagógico, oportunista, manipulador, corrupto, pero también retórico e ineficaz.
El populismo no es una doctrina en sentido estricto. Se le toma como un movimiento, otros opinan que es una ideología, pero siempre se alude a la supremacía de la voluntad popular y a una relación directa entre el pueblo y el liderazgo político, no a través de las instituciones o mediada por instancias burocráticas. En este caso el líder está junto o entre el pueblo, lo escucha directamente, sale a su encuentro. El populismo busca disminuir la distancia entre el gobernante y el pueblo.
Se tiene que señalar, que en este caso, el concepto de “pueblo” también es ambiguo y muy amplio. A veces es la población rural, en otras ocasiones es la masa trabajadora, no hay una condición social o profesional fija, determinada. “Todos somos pueblo”.
Resulta, entonces, que el populismo es un concepto conciliador, integrador, es diferente de los movimientos de grupos específicos, sindicatos u organizaciones no gubernamentales. Fuera del populismo quedan las élites locales o cosmopolitas, pero si se incluyen a los portadores o depositarios de las tradiciones populares autóctonas.
Un rasgo altamente significativo del populismo es su carácter mesiánico y maniqueista, además del carisma, espontáneo o construido, de sus líderes: Eva Perón, Haya de la Torre. Hoy, lo anterior salta a primer nivel al escuchar declaraciones y ver movimientos y poses de personajes que son actores sociales y políticos. “Julano es muy carismático” o “no tiene carisma”.
En los movimientos populistas, el papel del líder carismático resulta característico por la atracción que ejerce sobre sus seguidores, deviene control y poder absoluto que lo convierten en un “líder iluminado”, rodeado de una elite que se dice intérprete de la voluntad y mandato del pueblo. El dirigente o líder de un movimiento populista tiene que ser austero, humilde, honesto, pobre; tiene que parecer un hombre normal, ordinario, sin una gran cultura, comprometido con las causas del pueblo y de los pobres: todo un redentor. El líder carismático hace referencia a la esperanza y a la fe ante sus correligionarios que lo siguen con disciplina, por convicción o emoción. Gandhi en la India y Manuel López Obrador en nuestro país: “México, ciudad de la Esperanza”.
El auténtico líder de un movimiento populista debe estar preparado para luchar con esquemas tradicionales, encabezar marchas, romper estructuras y establecer cambios. Cuando este líder llega al poder o si ya lo tiene, cuenta con la posibilidad de realizar sus proyectos y entonces estará a prueba su capacidad como gobernante, ya que sus seguidores evaluarán la coincidencia de sus propuestas y el resultado de sus acciones, que no siempre son satisfactorias a corto plazo (Lula da Silva, Fox).
El populismo se vincula al nacionalismo de igual manera que el binomio pueblo-nación y últimamente en México se cruza con los movimientos étnicos que luchan por su autonomía y derechos culturales. Por otra parte, el populismo se liga al pluralismo, pues el líder carismático y otras condiciones políticas hacen que se integren a él grupos sociales y políticos de diferente procedencia.
Como movimiento político, el populismo aparece cíclicamente. Su presencia o “regreso” se da cuando existe una tensión entre los diversos grupos o sectores sociales y políticos y cuando hay indicios o rasgos de una crisis también económica y política, o ambas. Se puede iniciar en los partidos políticos e influir en su evolución o ruptura, si bien algunos de ellos nacen como una auténtica expresión del populismo, como la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) de Perú.
También, la presencia del populismo está relacionada con ciclos económicos, políticos e ideológicos. Cuando cambian las condiciones que lo propician y fortalecen (a raíz de las acciones del mismo o porque las circunstancias se transforman) tiende a desaparecer para volver en otra etapa histórica, pero ya actuó como agente de una transformación social y política.
Si las reivindicaciones del populismo son resueltas gracias a la capacidad de respuesta del gobierno, predefinida o emergente, éste pierde fuerza en la medida en que su razón de ser comienza a desaparecer, o se institucionaliza y se extingue su carácter de movimiento social.
En las etapas de transición suele aparecer como expresión de la insatisfacción ante el papel de los partidos políticos y de las instituciones, propiciando el movimiento de masas, que se puede imponer y rebasar a los líderes tradicionales y a las plataformas caducas, lo que hace que se constituya en un factor acelerador de los cambios de estructuras económicas y políticas que, obviamente, se oponen a él y lo descalifican porque resulta “aberrante”, “populachero”, “manipulador de las necesidades populares”, aunque a él se incorporen miles de ciudadanos. El populismo implica, así, el temor a que sus demandas y símbolos se articulen fuera de la institucionalidad vigente.
En este caso, el populismo se constituye en una auténtica expresión política de las masas populares, que sin desarrollar una ideología o generar una organización autónoma e independiente se incorporan a una corriente que favorece a un partido o, mas bien, a un líder, el líder carismático, que también resulta cíclico, que se acerca y se aleja de su partido.
Existen diversas tipologías del populismo. Algunas teorías lo toman como un movimiento de masas o como un elemento característico de un partido gobernante (Brasil), sin constituir una ideología, a contra sensu de otros que opinan lo contrario. Incluso, se habla de un neopopulismo que avanza en toda Latinoamérica: Lula da Silva en Brasil y Chávez en Venezuela.
De una manera u otra, el populismo existe como forma, estilo o cultura de gobierno, es un hecho real y no se puede soslayar su presencia en este momento: programas de beneficio social politizados, declaraciones, marchas, acciones concretas de beneficio popular, líderes carismáticos que a veces parecen incongruentes pero que actúan dentro de una estricta estrategia de imagen.

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