domingo, 25 de abril de 2004

Niñas y niños: nuevos actores sociales

La próxima celebración del tradicional Día del Niño nos conduce a reflexionar, más que en el número de juguetes o festivales que se organizarán, en la situación que presenta la niñez, no tan sólo a nivel mundial, sino nacional y estatal.

Como pretexto para demostrar y lucir el presupuesto para celebrarlo, el Día del Niño es una fecha desgastada, si bien momentáneamente implica alegría, juegos, música para los hijos de padres de escasos recursos económicos.
Sin ánimo catastrofista ni negativo, pero si crítico y participativo, nos referiremos a ciertos aspectos que implican rezagos y pendientes en las políticas públicas enfocadas a la niñez y, por extensión, a la juventud. De los avances, a veces dignos de encomio y otros más ficticios que reales, se encargarán los voceros oficiales, llenos de ditirambos y frases gastadas como la de “la niñez: futuro de México”, que no puede faltar en los discursos oficiales.
Conviene recordar, pues, en primer lugar que el concepto de la niñez ha evolucionado igual que las sociedades, sus valores y principios. La niñez ha dejado de ser el simple complemento de la pareja para constituir una familia, o el ayudante del padre y la madre en las faenas diarias y de sustento, el miembro de la familia que nada tiene que opinar, pero si obedecer y hacer.
Hoy, las niñas y los niños, individual y colectivamente, son personas con derechos y obligaciones y constituyen auténticos actores sociales para los que tenemos que legislar y crear políticas públicas.
Pensar en la situación que presenta actualmente la niñez, requiere vincularla, por lo menos, con cinco temas prioritarios: la Convención de los Derechos de los Niños; las Siete Metas para mejorar la Vida de los Niños, establecidas en la Cumbre Mundial a favor de la Infancia de la ONU en 1990; la importancia del sector que nos ocupa en el combate a la pobreza y la marginación; la preparación de la niñez para enfrentar el futuro; y las políticas públicas establecidas para la población infantil. Desde luego, estos aspectos no son los únicos y, por otra parte, están vinculados, de tal manera que cualquiera de ellos nos conduce a otro u otros.
En cuanto a los derechos humanos de las niñas y los niños, verdadero reto para los padres, maestros y sociedad en general, a los cuales nos referimos el pasado 23 de noviembre, la Convención sobre los Derechos del Niño entró en vigencia en nuestro país el 21 de octubre de 1990, y de acuerdo a la Ley sobre la Celebración de Tratados (DOF, 2 de enero de 1992) tiene plena validez en el derecho positivo mexicano. De ahí en adelante ¿qué ha pasado en México con los derechos humanos de los niños y las niñas?
¿Se ha generado una cultura en torno a ellos en padres, maestros y sociedad? Desde luego que no o es incipiente. Su conocimiento es raquítico entre padres, docentes y autoridades escolares. Su vigencia es precaria, ya que los derechos humanos de los niños y las niñas chocan o contradicen los usos y costumbres de la familia mexicana tradicional y de la educación ortodoxa apegada a viejos paradigmas, dos de ellos conocidos y reconocidos por todos como los pilares de la “buena educación”: disciplina y obediencia.
Viene al caso relatar que al encontrarnos distribuyendo, como lo hacemos cotidianamente, unos sencillos trípticos con los derechos humanos y obligaciones de la niñez en una oficina pública, se acercó un padre de familia quien nos “reclamó” de manera amigable pero firme y convencido, acerca de la situación problemática que causábamos con esta acción de promoción y difusión, y al observar que enviábamos un paquete a una escuela primaria que lo había solicitado, su asombro fue mayor y preguntó ¿también los maestros están de acuerdo?
Por otra parte, como ya se mencionó anteriormente, en 1990 la Cumbre Mundial a favor de la Infancia de la ONU estableció un programa para 10 años, denominado Siete Metas para mejorar la Vida de los Niños.
Esas metas son las siguientes: 1) reducir la tasa de natalidad infantil; 2) mejorar los servicios de salud para las madres; 3) disminuir la tasa de desnutrición a la mitad; 4) y 5) asegurar agua potable y acceso a servicios sanitarios a todos; 6) proporcionar educación básica a todos los niños; y 7) mejorar la protección de la infancia en circunstancias especialmente difíciles.
Las políticas, programas y acciones para el logro de las metas mencionadas se ubican en diferentes sectores de la administración pública, por lo menos en nuestro país, por lo que la medición de los avances para su logro resulta compleja y amerita un estudio amplio y consistente. Aún así, la Unicef en su informe anual presenta cifras que conllevan avances y rezagos. ¿En México y en Veracruz qué tanto se habrá avanzado al respecto, de 1990 a la fecha?

Precisamente, uno de los grupos considerados con mayor vulnerabilidad es la niñez, por lo que ocupa un lugar prioritario en el combate a la pobreza y la marginación como objetivo de la política de desarrollo social. ¿Cuántas niñas y niños forman parte de los 60 millones de pobres que hay en México?, ¿cuántas niñas y niños tienen que trabajar para coadyuvar en la manutención de sus hogares?, ¿en qué medida se ha logrado combatir la prostitución infantil?, ¿cuántas niñas y niños gozan de una beca que sirva para sus estudios y no para ser canalizada a otros gastos familiares?
Sin embargo, en el contexto de la nueva política de desarrollo social del gobierno federal, y por lo tanto en el manejo de recursos asignados a ella, se tienen que evaluar sus conceptos y principales ejes ya que de ellos depende la medición de los avances y los rezagos en diferentes rubros. Nos referimos a los conceptos de “marginación”, “pobreza”, “vulnerabilidad” y de “justicia distributiva”, “integralidad” o “participación social”. Todos ellos impactan al considerar cuándo un niño “es pobre”, “está pobre” o ha dejado de ser pobre, además de parámetros y paradigmas aplicables en este caso.
Otro aspecto interesante en torno a la situación actual de la niñez y de la juventud es su preparación para enfrentar el futuro. Hasta hace poco, se consideraba que un mayor número de conocimientos adquiridos en la escuela o a través de la educación aseguraba el bienestar y triunfo en un futuro mediato. Hoy, a ese criterio se le deben agregar la habilidad para aplicar esos conocimientos, adquirir otros permanentemente, y adaptarse a situaciones cambiantes, imprevistas y nunca imaginadas. ¿Están listos nuestros hijos para ello?
Al futuro que nos referimos es un mundo globalizado en donde la eliminación de barreras nacionales y la competencia a ultranza son cotidianas en las estructuras de producción y distribución de bienes en los mercados financieros y laborales. Es un futuro cuyo desarrollo depende en gran parte de nueva tecnología en general y, en particular, de tecnologías para la adquisición de conocimientos, para pasar de una sociedad agrícola e industrial a otra globalizada; la Sociedad de la información y del conocimiento. Es un futuro donde los problemas colectivos requieren soluciones interdisciplinarias y transversales, más que individuales y de expertos en una sola área del saber.
Respecto a lo anterior, la Organización para el Desarrollo y la Cooperación Económica (OCDE) estableció el Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA, por sus siglas en inglés) que tiene por objeto una evaluación sobre el desempeño de estudiantes, escuelas, sistemas educativos y países, en cuanto a la lectura, matemáticas y ciencias, como factores que influyen en el desarrollo, en el hogar, la escuela y la sociedad en general. Este programa ha sido cuestionado y, por cierto, no ha dejado bien parado a México y sus autoridades educativas, que han pretendido manipular sus resultados.
El PISA se fundamenta en el concepto de la “educación para la vida” como factor para que niños y jóvenes: 1) piensen crítica y científicamente; 2) sepan y puedan incorporarse al mercado laboral; 3) participen activamente en la sociedad global; 4) se adapten a nuevos sistemas; y 5) transformen sistemas existentes. Como se puede concluir, es un nuevo concepto de “educación para la vida”, no el manejado por la SEP hace unos años. Valdría la pena la difusión masiva de los resultados de este programa en cuanto a México, pero también preguntarnos en qué medida nuestros hijos cuentan con esas habilidades y capacidades.
Desde luego, en nuestro país el mayor avance en atención a la niñez es en la educación, mientras que en otros rubros se dispersa, duplica y es difícil de avaluar. La mayor parte de la atención a la niñez, después del sector educativo, corre a cargo de las secretarías de Desarrollo Social y de Salud y del Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia. Lo anterior hace que las políticas públicas correspondientes también se dispersen y se diluyan.
En Veracruz, sucede algo similar entre varias dependencias y diferentes consejos. Se requiere un estudio real, integral y consistente de la situación actual de la niñez veracruzana, que lleve paralelo un análisis de las políticas públicas correspondientes. Cuando decimos veracruzana nos referimos a la de los 212 municipios y no la de Xalapa o las 15 ciudades medias de la entidad, nos referimos a la niñez urbana y la rural, a la indígena, a la campesina, a la que trabaja en la ciudad y en el campo, con indicadores que no conlleven desviaciones o cifras sesgadas.
En fin, celebremos el próximo Día del Niño haciendo felices a los que nos rodean, propios o ajenos, respetándolos y haciendo respetar sus derechos, pugnando por su bienestar y el de todos y apoyemos desde nuestro ámbito oficial, social y familiar, el propósito de la Sesión Especial de la Asamblea General de la ONU a favor de la Infancia celebrada en mayo de 2002, que es la construcción de “Un mundo apropiado para los niños”, teniendo como eje la participación activa infantil, es decir, el derecho a expresar sus intereses, opiniones y anhelos, como nuevos actores sociales y futuros ciudadanos.
Así, al considerar que las niñas y los niños son nuevos actores sociales, tengamos presente que “el principio de que los niños deben ser consultados sobre aquello que les afecta se encuentra a menudo con la resistencia de aquellos que lo ven como una forma de socavar la autoridad de los adultos dentro de la familia y sociedad. Sin embargo, escuchar las opiniones de los niños significa simplemente respaldar sus puntos de vista. Más bien, de lo que se trata es de entablar con ellos un diálogo y un intercambio que les permita aprender formas constructivas de influir en el mundo que les rodea. El toma y daca social de la participación alienta a los niños a asumir responsabilidades cada vez mayores como ciudadanos activos, tolerantes y democráticos en proceso de formación”.

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