domingo, 29 de febrero de 2004

¿Y qué con el mercado cultural?

Si bien, el concepto “mercado cultural” fue acuñado desde el siglo pasado, hoy cobra actualidad ante hechos que para muchos veracruzanos no pasan inadvertidos. En este caso y dada la amplitud que se le puede otorgar a la definición de este concepto nos referimos a la oferta cultural nacional y oficial y no al mercado propiamente artístico, a la producción de creadores que está sujeto a otras normas de oferta y demanda y que aunque está vinculado a lo que hemos venido hablando, no es lo mismo.
En cuanto al concepto de “mercado cultural” que manejamos en este artículo, conviene recordar que existe una cultura nacional y una cultura de Estado. La primera es la cultura popular, con una fuerte carga histórica, identidad social, creación de artesanos y artistas que incorporados a nuevas corrientes artísticas no caen en los círculos de la burocracia cultural.
La cultura de Estado es la cultura del poder, la que responde a visiones patrimonialistas, a gustos personales y a ocurrencias sexenales. La que encuentra refugio en la burocracia y en la promoción económica más que en la conservación de nuestra identidad.
Desde luego, lo anterior se vincula a la promoción y difusión cultural como política pública que debe ser asumida por el Estado, en este caso a través de planes y proyectos de la institución encargada de ello y otros que tienen objetivos similares y que es donde se planea, programa y realiza la oferta cultural oficial. Desgraciadamente la cultura como política pública en México y Veracruz está supeditada a la política económica.
Hablar de un mercado cultural nos lleva a reconocer que hoy, más que nunca, los productos culturales se consideran una mercancía sujeta a la demanda de un público que compra lo que satisface sus muy particulares intereses, que se vinculan a su formación personal, sensibilidad y, sobretodo, a su poder de adquisición o de acceso a dichos productos.
Se puede hablar, de una hegemonía cultural donde una región, entidad o país impone sus productos, al principio de manera espontánea o natural y en la actualidad y como resultado de la globalización, atendiendo estudios de oferta y demanda, nichos inexplorados, facilidades de exportación, nuevas tecnologías, etc. Por supuesto, nada de lo anterior tiene que ver con la identidad nacional.
También, hablar de un mercado cultural implica reconocer diferentes áreas o territorios de influencia. Me refiero al producto cultural para consumo interno y al producto cultural que se venderá o que se tratará de colocar fuera de nuestras fronteras, de acuerdo a la demanda de otras latitudes o a lo que nosotros creemos que gustará y deberá ser exportado, de acuerdo a modelos estéticos ajenos a nosotros.
Algunas entidades o países cuentan con productos culturales propios para el consumo interno pero no logran su exportación. Podemos hablar de cuatro tipos de entidades:· Las entidades culturalmente hegemónicas, con productos para el consumo interno, pero con una gran exportación por lo cual dominan culturalmente más allá de sus fronteras
· Países o entidades con un fuerte mercado cultural interno, pero que no realizan exportaciones
· Países que consumen sus propios productos, pero que además realizan importaciones y no exportan
· Países que son dominados culturalmente, pues su consumo cultural mayoritario es extranjeroLa exportación de productos culturales no es nueva ni privativa de nuestras tierras, pues se ha dado desde tiempos lejanos, pero es a partir del siglo pasado que se ha manejado con características propias de lo que constituye propiamente un mercado, aspecto que se vincula a una llamada invasión cultural, hegemonía cultural y, a veces, transculturación. Algunos ejemplos ilustran lo anterior.
En la primera mitad del siglo pasado el cine de Hollywood marca la pauta para la naciente industria cinematográfica y fue tomado como ejemplo a seguir en otras industrias del cine local. Sus argumentos y artistas fueron el modelo a seguir. Otro ejemplo fueron las grandes bandas de música norteamericanas, a cuya imagen y semejanza fueron creados en nuestro país muchos grupos orquestales, que no únicamente imitaban ritmos y atuendos sino también canciones y toda la parafernalia necesaria.
Otro caso parecido fueron las historietas o cómics que se vendían por millones de ejemplares semana a semana y que generaban modelos a seguir, convirtiendo a sus personajes en héroes míticos que a todos impactaban desde nuestros abuelos y a nosotros mismos: Tarzán, Rico Mc Pato, Miki Mouse, Tribilín, y muchos otros. Todos ellos desencadenaron una imitación en serie, con personajes y héroes mexicanos que hasta hace poco aparecían en historietas y que hoy han ido extinguiéndose ante la aparición de nuevos modelos de personajes a seguir: Chanoc, Memín Pingüín, Kalimán, y esa gran familia con la que todos tenemos que ver y que marcaron un hito en la literatura popular: la Familia Burrón de Gabriel Vargas. Quién no recuerda a Borolas Tacuche, la Tía Cristeta, Don Regino y a toda su parentela, además de su domicilio en el callejón del Cuajo número 8.
En otra dimensión, podemos mencionar la moda que nos llegó del norte en los años 60 y 70. Esa moda que desconcertó a nuestros abuelos y padres, pero que llegó y se quedó, sirviendo de germen para otras modas, estilos y tendencias que se han seguido produciendo y reproduciendo en un reciclaje que aun no concluye. Hoy se habla, incluso, de una retromoda. Quedan aquí incluidos minifaldas, pantalones, chalecos, suéteres y sobretodo algo que nos marca y distingue: peinados con cabellos largos, cortos, entintados, etc.
Pero el ejemplo más acabado porque marca una revolución cultural en el mundo occidental fue el rocanrol que llegó de Inglaterra y Estados Unidos a nuestras tierras y cambió criterios, hábitos, moda y costumbres, además de motivar un enfrentamiento generacional que hoy nos parece lejano, pero cuyos resultados aun se palpan. Cultura, contracultura, subcultura o anticultura, el rocanrol, llegó, se quedó y constituyó una revolución que cimbró a jóvenes, adultos y a las instituciones tradicionales.
El último ejemplo del mercado cultural que hoy impera, es ese fenómeno inglés llamado Harry Potter, cuyo análisis se tendrá que hacer forzosamente, más allá de trivias, banalidades y opiniones superficiales.
Pero si todos estos ejemplos ilustran que el mercado cultural ha existido desde tiempo atrás, también resulta obligado preguntarnos qué vendemos o que tratamos de vender los veracruzanos más allá de nuestras fronteras, tanto nacionales como internacionales.
Para que un producto cultural sea vendido más allá de las fronteras de la institución o grupo que lo ofrece debe estar identificado con la esencia misma de la comunidad que lo ha generado y no ser una creación artificial. Pero a contra sensu y en un supuesto acatamiento de las leyes de la oferta y la demanda y de la globalización que hoy nos devora y nos marca, también nos damos cuenta que esos productos culturales son concebidos bajo modelos nada nacionales, lo que motiva adaptaciones e imitaciones generalizadas, donde lo eminentemente local es redefinido, en ocasiones de manera patética.
Lo anterior se trata de justificar con un discurso cultural de las autoridades correspondientes, que ni ellos asumen a cabalidad: inconsistente, incongruente y artificial.
Lo mencionado anteriormente nos obliga a recordar algunos productos culturales que se venden o se tratan de vender y que oscilan entre lo verdaderamente popular y lo artificial: Feria de Tlacotalpan, Carnaval de Veracruz, Cumbre Tajín, Jarocho, y otros tantos productos culturales, algunos ya posicionados indiscutiblemente en la tradición popular veracruzana y otros altamente cuestionados. Los dos primeros para el consumo interno y los segundos para el consumo externo.Desde luego las ganancias del mercado cultural no se pueden ni se deben medir económicamente, pues existe un valor social agregado con otros parámetros: promoción de servicios, turismo, difusión del folclor, exportaciones de productos agrícolas, trabajos temporales, etc.
Si retomamos el concepto que nos ocupó al inicio de estas líneas, estos productos deberán valorarse en cuanto a su impacto dentro del mercado cultural, al que los veracruzanos ingresamos o pretendemos entrar con bombo y platillos. En última instancia los espectáculos de la Cumbre Tajín y Jarocho son expresiones rotundas y acabadas en una política cultural que trata, al menos eso se nos dice, de posicionarnos en el mercado cultural nacional e internacional. ¿En qué medida se ha logrado lo anterior?

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