martes, 24 de julio de 2007

Economía cultural: desarrollo, bienes y mercantilización


“Además de su valor intrínseco en términos sociales y estéticos, la cultura constituye en sí mismo un motor de crecimiento y de desarrollo económicos, como lo revelan su elevada participación en el PIB y la alta productividad de sus trabajadores. Finalmente brinda al PIB ventajas competitivas en la interacción comercial con el resto del mundo”

Lo anterior es manifestado por Ernesto Piedras en su artículo “Industrias culturales o el maridaje de la cultura y las ciencias sociales” (Revista Este país, XI, 2005) y lo citamos, ya que en el nuevo debate sobre la cultura que hemos propuesto, recomendamos no soslayar un aspecto, estemos de acuerdo o no con él, que es el desarrollo de las industrias culturales y que a la vez está inmerso en la economía y en la que ahora específicamente se denomina economía cultural, materia compleja y polémica. No ignoramos que las industrias culturales son altamente cuestionadas, pero eliminarlas en un debate objetivo de la cultura contemporánea sería un craso error.

A partir de los años noventa del siglo pasado ha crecido el interés por la relación entre la economía y la cultura debido, como ya se mencionó anteriormente, a la capacidad de las llamadas industrias culturales para impactar en la economía a través de la generación de empleos y de ganancias, en el marco de la globalización.

Como es sabido, en economía el mejor mecanismo de combate a la pobreza es la generación de empleo. Por ello, la cultura es tomada por algunos defensores de las industrias culturales como un instrumento efectivo para la distribución de la riqueza económica.

La cultura desde una perspectiva económica o economicista, manifiesta su peso en términos de la generación de valor, inversión, turismo y empleo, entre otras variables económicas, por lo que resulta conveniente que las políticas públicas se diseñen con una visión integral de este sector cuya aportación social más fuerte se ubica en la estética, la espiritualidad, la transmisión simbólica, además de su potencial en términos de crecimiento económico y su aportación al desarrollo también económico.

Pero analizar la vinculación entre cultura y economía implica considerar, también, el desarrollo económico y la perspectiva con que se le tome, además de especificar de manera contundente la definición de cultura, que muchas veces es ambigua y parcial, dando lugar a confusiones y a posiciones radicales, fuera de toda rigurosidad teórica y metodológica.

El concepto de cultura del cual partimos es el que postula la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y que se refiere al conjunto de valores, conocimientos, experiencias, creencias, maneras de hacer, actitudes y visión del futuro que comparte un grupo social o una colectividad. También comprende las manifestaciones artísticas, intelectuales y morales de esa colectividad que devienen instituciones, bienes e industrias culturales.

De acuerdo a lo anterior, la cultura además de constituir la base social y el contexto de la economía, es el propósito central del desarrollo, considerándolo como la ampliación de opciones para adoptar modos de vida culturalmente definidos y que correspondan con aspiraciones y valores de los pueblos. Es decir, la cultura ofrece el contexto, los valores, la subjetividad, las aptitudes y las actitudes en las cuales se realizan los procesos económicos.

Sin embargo, el desarrollo económico ha sido enfocado desde una perspectiva economicista donde imperan los conceptos de rentabilidad y competitividad, ignorando la dimensión social y ecológica, pero a partir de las dos últimas décadas del siglo pasado existe un avance cuando se reconoce a la cultura como objeto central en los procesos de desarrollo.

Ante esta nueva corriente, en 1982 en la Conferencia Mundial sobre las Políticas Culturales organizada por la UNESCO, la cultura ya es conceptualizada como parte integral, instrumento y a la vez objetivo esencial del desarrollo. El periodo 1982-1997 es declarado “Decenio mundial para el desarrollo cultural” por las Naciones Unidas y en 1992 la UNESCO constituyó la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo.

“Es inútil hablar de la cultura y el desarrollo como si fueran dos cosas separadas, cuando en realidad el desarrollo y la economía son elementos o aspectos de la cultura de un pueblo. La cultura es pues, un instrumento del progreso material: es el fin y el objetivo del desarrollo, entendido en el sentido de realización de la existencia humana en todas sus formas y en toda su plenitud”.

Lo anterior, forma parte del informe de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo 2000 de la UNESCO y significa que la cultura debe ser asumida como un entramado fundamental de la sociedad, constituyendo su mayor fuerza interna y no un mero elemento complementario, ornamental o superfluo.

Esto no resuelve de manera integral el análisis de las relaciones entre la cultura y la economía, si no se toma en cuenta otro problema contextual que es la globalización y que no es más que la mundialización del capital, que impacta a los pueblos y a todas las sociedades pero de manera diferente, siendo un proceso desintegrador y excluyente.

La concepción del desarrollo difiere desde una dimensión globalizadora o una dimensión cultural, pues esta última ubica los intereses de las mayorías sociales como objetivo del proceso económico, mientras que la primera profundiza las desigualdades sociales, degradando al medio ambiente, agrediendo la diversidad cultural e imponiendo una cultura hegemónica.

De manera sumaria, se pueden enumerar diversos aspectos del impacto de la globalización sobre la cultura y la identidad cultural:

1. Establece limitaciones de recursos para la producción y conservación cultural.

2. Propicia la polarización y desigualdad social en el consumo cultural y educativo

3. Mercantiliza y degrada la producción cultural

4. Permite la monopolización de los medios de comunicación masiva, imponiendo valores y modelos culturales y de consumo

5. Propicia los monopolios de las tecnologías de punta

6. Promueve la migración de talentos intelectuales y artísticos hacia el mundo desarrollado

Otro especto del análisis de la vinculación entre economía y cultura y en la construcción de la nueva disciplina que es la economía cultural es la distinción entre los bienes y servicios comunes y los bienes o servicios culturales.

Los bienes culturales son aquellos que en su producción suponen creatividad, imaginación e inventiva, trasmiten un significado simbólico y, generalmente, están protegidos por derechos de propiedad intelectual.

En términos de valor, los bienes culturales pueden distinguirse de los bienes comunes en que además del valor económico, son portadores de un valor cultural. De acuerdo a lo expresado por David Thorsby en su obra Economía y cultura, un valor cultural se pude integrar a su vez de los siguientes valores: estético, espiritual, social, histórico, simbólico y autenticidad. Se debe agregar que el valor cultural de que es portador un producto no puede ser medido de la misma forma en que se pondera su valor económico, pues no sólo incluye componentes tangibles si no también intangibles que resultan difíciles de medir con instrumentos económicos tradicionales.

El valor económico de un bien puede ampliarse como consecuencia de su valor cultural. El valor económico de un producto varía con el tiempo igual que el valor cultural, únicamente que en sentido inverso. Con el tiempo el valor económico de un producto común de deteriora, baja, se diluye, mientras que el valor económico de un producto cultural se amplía, se eleva y arrastra, a veces, al valor económico.

De suma importancia resulta lo anterior para evaluar las políticas públicas de desarrollo, con la consiguiente asignación de recursos e inversiones. Una visión puramente economicista puede llevarnos a decisiones económicas contrarias al interés de la comunidad, de ahí que en la toma de decisiones se deben considerar ambas dimensiones: el valor económico y el valor cultural. Lo ideal es la optimización de ambos valores, sobre todo si se trata de las industrias culturales.

Precisamente, las industrias culturales, resultan ser el elemento central de la economía cultural y son las actividades que tienen como propósito la producción y comercialización de bienes y servicios culturales.

Para la UNESCO, en un acuerdo de facto las industrias culturales incluyen las siguientes actividades: industria editorial (imprentas y casas editoriales); multimedia; audiovisual; industrias fonográfica; cinematografía; artesanías y diseño. Además de la anterior relación al medirse las industrias culturales algunos países agregan: artes visuales y escénicas; producción de instrumentos musicales; publicidad y turismo cultural.

Un problema que se deriva del anterior listado de las industrias culturales es la medición de su impacto económico: ¿cuánto se invierte en ellas? ¿cuánta ganancia producen? ¿cuántos empleos generan? y lo que es más importante para algunos teóricos y políticos ¿cuál es su aportación al Producto Interno Bruto (PIB)?

De manera paralela a la determinación de las respuestas a las anteriores preguntas ejes, se ha comenzado a construir una serie de indicadores que como último objetivo tiene el diseño, la operación y evaluación de políticas públicas culturales.

A pesar del obstáculo que representa la medición de los diversos elementos de las industrias culturales, a partir de las dos últimas décadas del siglo pasado y hasta este momento su vinculación con la economía es innegable y de manera específica su aportación al PIB, principalmente de la industria discográfica y de los multimedia. De acuerdo a la UNESCO en Estados Unidos las industrias culturales aportan al PIB el 4%, en Brasil el 1%, en África del Sur el 3%.

De acuerdo a lo manifestado por Ernesto Piedras en su obra ¿Cuánto vale la cultura? refiriéndose a las industrias protegidas por el derecho de autor (IPDA) “En México, el total de las IPDA (legales, ilegales e informales) contribuyen de manera significativa a la economía, para representar en 1998 6.70% del PIB y generan un millón y medio de empleos, aproximadamente.”

Para Julio Carranza Valdés “el potencial de las llamadas industrias culturales es enorme y creciente. De hecho se convierten en una extraordinaria oportunidad para reforzar políticas de desarrollo en los países del mundo subdesarrollado. Sin embargo, es imprescindible comprender, para reducirlos, problemas y riesgos implicados en el crecimiento de estas actividades como consecuencia de la mercantilización de la producción cultural”.

Un ejemplo de lo trascrito es la expansión económica internacional entre los años 60 y 70 en que se conforman y expanden las industrias culturales, iniciándose la reproducción a gran escala de productos de creación individual o colectiva, artesanías, productos regionales, lanzados al mercado para ser distribuidos a escala internacional. Lo criticable fue y es el rasgo distintivo de este proceso que es la mercantilización del producto cultural, vinculándose con los conceptos del beneficio y capitalización.

Consecuencia de lo anterior es que la creación cultural se convierte en un producto mercantil o cultura mercantilizada, es decir una actividad de empresa, pasando del consumo cultural al consumo mercantil. La creación cultural pasa de una libertad en la imaginación y la creatividad, que es su condición natural de realización, a la sujeción de categorías estéticas propias del mercado internacional, observándose la distorsión en la producción de artesanías, ejemplo clásico de este proceso mercantilizador de los productos culturales.

Otro efecto es que también conlleva un peligro para el respeto a la diversidad cultural, pues la mercantilización de los productos culturales locales y regionales, hacen que se propicie su homogeneización. He aquí uno de los dilemas que presentan las industrias culturales: la necesidad de generar ingresos para la subsistencia de grupos sociales necesitados y la supeditación de sus productos a una concepción fuertemente mercantil.

Esto, nos lleva a estar de acuerdo por lo expresado por la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo que en su informe 2000 sostiene que “si el desarrollo económico va acompañado de una cultura empobrecida estará condenado al fracaso. El desarrollo para ser, tiene que ser eminentemente cultural”.

En este marco, es necesario mencionar dos requerimientos imprescindibles: 1.Ejecutar proyectos del desarrollo económico de acuerdo al modo de ser y el querer ser de los pueblos, tanto en su concepción de progreso material como de satisfactores culturales; y 2. Utilizar el potencial económico de las industrias culturales como generadores de empleo e ingresos, cuidando que se eleve el saber y la cultura general de los grupos sociales, para evitar que los auténticos valores culturales sean degradados por la imposición de intereses mercantiles y de una cultura hegemónica.

Al diseñar las políticas públicas culturales de nuestro país y de nuestra entidad se debe considerar una serie de retos de la economía cultural. Entre los principales se encuentra aprovechar la potencialidad económica derivada de la cultura en un contexto de fortalecimiento de nuestra identidad y de respeto a la diversidad cultural.

La economía cultual fue uno de los cuatro ejes del pasado Congreso de Cultura y Desarrollo “En defensa de la diversidad cultural” celebrado en La Habana el pasado mes de junio y donde se pudieron apreciar los avances en esta materia de España, Guatemala y Alemania. En nuestro país, tiene como precursor a Néstor García Canclini y como principal exponente a Ernesto Piedras.
Publicado el día 22 de julio en el suplemento cultural “La Valquiria” de Diario de Xalapa

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