lunes, 14 de mayo de 2007

México y el racismo

El racismo siempre ha existido, hasta llegar a constituir una ideología y un discurso político que muchas veces lo ocultan o lo convierten en algo invisible para no mostrar todas sus consecuencias y las acciones que bajo la máscara de una política publica lo concretizan en perjuicio de grupos sociales bien identificados.

De acuerdo Natam Lerner: “Sólo con la cabal comprensión de los horrores racistas durante la Segunda Guerra Mundial y el acopio de información acerca de los alcances del genocidio nazi y del Holocausto, el mundo tomó conciencia de la necesidad de adoptar medidas concretas para prevenir y suprimir la discriminación contra todo grupo humano, por cualquier motivo, y particularmente por razones de supuesta superioridad racial. En Dumbaton Oaks y en San Francisco hubo apoyo a las cláusulas sobre discriminación incorporadas a la Carta de las Naciones pero, aun entonces, “en poco estaba dispuestos a obligarse a tomar medidas de aplicación prácticas o efectivas” ”.

El 20 de noviembre de 1963 la Asamblea General de la ONU, próclamo la Declaración de las Naciones Unidades sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Racial, de acuerdo a la cual son cuatro las modalidades de la discriminación Racial (1er. párrafo Articulo1) “toda distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en motivos de raza, color o linaje nacional o étnico que tenga por objeto o por resultado anular o menos cavar el reconocimiento, goce o ejercicio en condiciones de igualdad, en los derechos humanos y libertades fundamentales en las esferas políticas, económica, social, cultural o en cualquier otra esfera de la vida publica.”

Pero también el racismo ha evolucionado. Hoy, se pude afirmar que se han perfeccionado y afinado sus acciones. El racismo contemporáneo ha llegado a sustituir como su eje central a la raza por la cultura. Podemos observar al respecto que en muchas ocasiones, las víctimas de este lastre de la humanidad más que ser identificadas físicamente, lo son por la cultura de la que son depositarios o propagadores. Hoy, ya no se puede hablar de un solo racismo, de un racismo monolítico, el racismo biológico, sino de toda una gama de modalidades históricas que confluyen en el actual racismo.

Ante la diversidad de conceptos acerca del racismo, se requiere determinar el núcleo básico que lo define y que al mismo tiempo lo vincula con otras formas de rechazo o exclusión de lo que es diferente, del Otro. Nos referimos a la xenofobia, discriminación social, discriminación étnica, etcétera. Un núcleo básico del actual racismo es una sobrevalorización o valoración de diferencias reales o imaginarias, individuales o colectivas, entre la gente activo y el sujeto victima de la acción. En este caso las diferencias reales o imaginarias justifican la agresión que constituye el racismo.

De una manera u otra, el racismo entraña el rechazo a diferencias que conllevan a cierto tipo de relaciones de poder y que hacen que la convivencia en la colectividad se tense, se crispe y llegue a choques muchas veces de triste memoria en la historia de la humanidad.

El racismo puede presentarse como una ideología en dos grandes vertientes: la que se manifiesta en prácticas, comportamientos o discursos que exalta la diferencia y que la visualiza como un valor, como algo digno de conservar; y otra corriente que exaltan la necesidad de la igualdad por lo que deben de desaparecer las diferencias para pasar a un universalismo. Se trata o estamos hablando de las identidades colectivas, de la conservación o exterminio de la identidad de los grupos étnico, sociales, políticos.

En el marco de lo anterior, se pueden distinguir las relaciones con el Otro. Podemos entonces hablar de un racismo de la desigualdad y su variante que tiende a la asimilación y de un racismo diferencialista que a la vez se constituye por diferentes racismos o modalidades.

El racismo, como objeto de estudio en América Latina no ha ocupado un gran espacio, aunque han existido trabajos profundos y si se ha analizado no lo ha sido de manera concreta y directa. Esto no ha impedido que se haya llegado ha convertir, como ya lo hemos mencionado en una ideología o discurso político, y manifestado en una política publica. Ejemplo de lo anterior es el Indigenismo que en México se encuentra cuestionado y fuertemente criticado pues sus resultados no han sido los que se esperaban, pero si ha sido espacio para aplicar teorías propias y extrañas y llevar a la práctica acciones a la larga que han resultado nefastas por que entrañan visiones racistas.

Resulta así, que el racismo en México siempre ha existido a lo largo de la historia en el marco de las relaciones de poder y de las propuestas que intelectuales y políticos han hecho para asimilar, reivindicar o incorporar a nuestros grupos indígenas y otros que han llegado a México, como grupos de chinos, medio orientales, etc.

Precisamente, Beatriz Urías Horcasitas ha publicado un magnifico estudio: “Historias Secretas del Racismo en México. (1920-1950)” donde asienta que: “El proyecto de mutar la esencia de la sociedad mediante un amplio programa de <>, cuyos efectos se hicieron sentir entre 1920 y 1950, tuvo dos vertientes. La primera de ellas articuló una revolución cultural que buscó generar modificaciones en la mentalidad, las <> o las <> de los ciudadanos. Se pensó que esto se lograría mediante la elevación de nivel educativo y la sustitución de las creencias religiosas por valores laicos con una orientación patriótica y familiar, por lo que se emprendieron agresivas campañas contra el fanatismo religioso.

Una segunda vertiente, vinculada a la anterior pero siguiendo una racionalidad propia, impulso una verdadera <> basada en el mestizaje y la erradicación de lo que se consideraba herencia degenerada que corría el tejido social. El núcleo ideológico de este planteamiento amalgamó las ideas de sobre las razas, que habían circulado durante el siglo XIX, con elementos inéditos – como la eugenesia y la higiene mental – que estaban presentes en los autoritarismos europeos durante los mismo años. Diversas disciplinas contribuyeron a definir el perfil de este proyecto utópico de transformación social. Los antropólogos cercanos a la esfera del poder promovieron una política indigenista de unidad racial.”

La autora, investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, hace un recorrido inédito hasta el momento acerca del racismo y su práctica en la política pública a través de tres grandes apartados de su obra. En la primera habla de El proyecto: el hilo invisible del racismo mexicano; en la segunda, de Los laboratorios; y en la tercera, De las redes. Todo esto presentando aspectos que si bien en parte eran conocidos e incluso han sido analizados, pero no de manera integral y bajo el enfoque especifico de una manifestación del racismo.

Urías Horcasitas menciona la configuración de lo que Guillermo Palacios denominó “La Reconstrucción de las Conciencias” a través de una revolución cultural. De aquí se genera precisamente el surgimiento del concepto del “Hombre Nuevo.” De acuerdo a la autora “A través la <> se buscó rescatar a las mayorías del atraso liberándolas del apego irracional a la religión y a las tradiciones comunitarias, lo que reactivo la vieja convicción –desarrollada a lo largo del siglo XIX – de que en el origen de las actitudes consideradas retrógradas se encontraba una herencia racial negativa. El objetivo puntual de la revolución antropológica que transformaría la esencia de las razas mexicanas fue formar un <>, un <> al que deberían asemejarse todos los integrantes de la sociedad. Racialmente sería un mestizo y socialmente combinaría rasgos del proletariado obrero-campesino y de la clase media, ya que la Revolución Mexicana aparecía como el resultado de la participación de ambos grupos. En materia de costumbres, estaría libre de adicciones como el alcoholismo, sería un trabajador honesto y buen padre de familia, habría superado el fanatismo religioso y gracia a ello sería un elemento activo para asimilar y difundir la nueva religión cívica inspirada en la doctrina nacionalista y laica promovida desde el Estado. Además de funcionar como arquetipo del nuevo ciudadano en la sociedad posrevolucionaria, en el contexto del nacionalismo oficial el <> encarnó también al ente social colectivo, concebido como resultado de la organización del proletariado en corporaciones obrero-campesinas.”
Uno de los aspectos más interesantes de esta obra es el que se refiere al surgimiento del “Hombre nuevo en México”. Al respecto, Beatriz Urías manifiesta que: “La representación del <> que se popularizó en México después de la revolución se construyó dentro de la ideología nacionalista oficial. La nueva clase política e intelectual concentró en esta figura muchas de las expectativas de renovación social que la revolución había suscitado en amplias capas de la población. Asimismo, la figura del <> permitió recuperar propuestas políticas de transformación que habían estado presentes en otras revoluciones modernas: la francesa, la bolchevique, el fascismo mussoliniano y el nacionalismo alemán. Existen infinidad de indicios, no sólo textuales sino también iconográficos, que permiten plantear que la figura del <> constituyó uno de los ejes ideológicos de la revolución en el poder. Basta echar una ojeada general al contenido y a las portadas de los periódicos y revistas; a la producción de las artes visuales; a la arquitectura y a los monumentos, así como a los carteles, a los folletos y a la propaganda política entre 1920-1950.”
Publicado el día 13 de mayo en el suplemento cultural “La Valquiria” de Diario de Xalapa

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