“Se han glosado abundantemente las múltiples funciones, esenciales todas ellas, que el libro desempeña en la urdimbre educativa, cultural y económica de nuestras sociedades. Numerosos autores han señalado la índole dual de los productos editoriales, que son a un tiempo mercancías y obras del intelecto, artículos industriales y fragmentos del patrimonio inmaterial de la humanidad, protegidos por los derechos de autor en el ámbito moral y económico. También se ha dicho con frecuencia que el libro es el motor de una vasta cadena de actividades y profesiones, fuente directa o indirecta de ingresos y que es un componente industrial importante del desarrollo económico, social y cultural de todos los países”.
La anterior cita forma parte del mensaje del Director General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) con motivo del próximo Día Mundial del Libro y el Derecho de Autor, 23 de abril, que fue establecido por la Conferencia General de la Unesco celebrada en París en 1995. En este año la Unesco ha declarado a Turín como Capital Mundial del Libro 2006.
Esta fecha es altamente simbólica para la literatura mundial, ya que ese día en 1616 fallecieron Garcilaso de la Vega, William Shakespeare y Miguel de Cervantes. La idea de la celebración surge en Cataluña donde es tradicional que al comprador de cada libro ese día se le obsequie una rosa, como símbolo de su interés por la lectura.
En otra parte de su mensaje Koichiro Matsuura, Director General de la Unesco expresa que “el libro es también, en realidad, una herramienta de expresión que vive gracias a la lengua y en ella. Cada obra que se publica ha sido escrita en un idioma determinado, que el autor ha escogido a partir de criterios complejos, y está dirigida a un público lector cuyas competencias lingüísticas se hallan claramente definidas, de modo que un libro se escribe, se produce, se intercambia, se utiliza y se estima en un ámbito lingüístico específico.
“En un momento como el actual en que la problemática de las lenguas parece adquirir una importancia cada vez mayor en la escena internacional, resulta más esencial que nunca la reflexión sobre el libro en su calidad de agente de vitalidad y de reconocimiento lingüístico”.
El libro, como instrumento de la cultura que hoy se encuentra en medio del debate en torno a su desplazamiento por las tecnologías de la información, ha sido abordado desde diferentes perspectivas: histórica, social, cultural y política. También, como instrumento de información, educación, capacitación, entretenimiento o placer. Otro enfoque lo toma como depositario del saber humano, y otros más lo considera desde una visión idealista, un tanto romántica: el libro como acompañante del hombre, que está con él en sus momentos de soledad.
El libro como objeto cultural, como portador de conocimientos, se vincula a la lectura. Cuando hablamos aquí de “lectura” nos referimos a la que realizamos o debemos realizar como fuente de entretenimiento, de placer, la que engrandece el espíritu, la que hace fortalecernos en lo individual y como miembros de una colectividad. La lectura que nos hace cambiar nuestra forma de ver las cosas, nuestro entorno, el mundo, renovar la visión de nuestro universo, es decir ser más humanos, apreciar a nuestros semejantes, conocer y participar en otros imaginarios y volvernos coautores de obras que a través del libro las asumimos y apropiamos.
No nos referimos a la lectura que nos proporciona la información diaria que requerimos como integrantes de un grupo social y de una comunidad para interactuar. Tampoco la lectura obligatoria como tarea o fuente de consulta de la escuela o la que nos actualiza en el campo de nuestra profesión.
Lo anterior queda sintetizado en el primer fragmento citado de Koichiro Matsuura donde menciona “la índole dual de los productos editoriales, que son a un tiempo mercancías y obras del intelecto”. Se trata del libro como parte de una industria cultural resultado de la globalización por una parte y, por otra, como un producto de la inteligencia y la sensibilidad del hombre, del artista, del creador.
¿Pero cuál es la relación actual del mexicano y el libro?, ¿cuántos tiene?, ¿cuántos lee?, etc. Para dar respuesta a estos aspectos y otros similares recurrimos a la Encuesta Nacional de Prácticas y Consumo Cultural dada a conocer por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) en 2005 pero levantada en 2003 y que muestra algunos aspectos interesantes en torno al libro, y que si bien ha sido cuestionada, no deja de ser el último indicador publicado con los aspectos que trata.
De acuerdo con la encuesta 39.9% de las personas mayores de 15 años no leyó ni un libro en el año; 13.6% leyó uno, 13.7% dos, 18.1% de tres a cinco, 8.1% de seis a 10 y 6.6% más de diez.
En cuanto a los libros comprados ese año 55.4% de los encuestados no compró ninguno; 13.1% compró uno o dos; 10.6% de tres a cuatro; 10.9 % de cinco a ocho y el 9.5% más de ocho.
En relación a los libros que se tienen en la casa el 88% de los encuestados cuentan con libros en su hogar. 11.8% tiene entre uno y cinco libros; 15.4% tiene entre seis y diez; 15.2% entre once y veinte; 23.8% entre veintiuno y cincuenta; 12.3% entre cincuenta y cien y 9.5% más de cien, en tanto que 12% no posee ningún libro en su domicilio.
Conviene reflexionar, en cual rango o categoría de los tres apartados anteriores nos situamos y en cuál se ubican nuestros hijos y, por qué no, los integrantes de nuestro grupo social inmediato. Otros dos aspectos interesantes de la encuesta que nos ocupa son los relativos a los libros leídos por edad y a los leídos por escolaridad.
En cuanto al primer aspecto, el número de libros leídos en un año es mayor entre la población más joven y decrece conforme a la edad aumenta. La proporción de jóvenes entre 15 y 17 años que no leyó ni un libro es de 11.7%; crece a 30% para el grupo entre 18 y 22 años y a 36.8 % para la población de 23 a 30 años. Estos tres grupos de edad tienen niveles de lectura superiores al promedio nacional, en tanto a partir de los 31 años las cifras son inferiores a la media: de 43.6% entre los 31 y 45 años, hasta alcanzar 63.9% entre la población de más de 55 años. Asimismo, más de la mitad de los jóvenes de 15 a 17 años (52.1%) manifiesta haber leído tres o más libros en el año, proporción que decrece conforme avanza la edad hasta alcanzar 20% entre los mayores de 55 años.
El sector de lectores asiduos -los que leen más de 10 libros al año- en cambio es el más homogéneo en torno al promedio nacional (6.6%), oscilando entre el valor máximo de 7.7% para los entrevistados de 23 a 30 años y 7.2% para los de más de 56 años a un mínimo de 5.5% entre la población de 31 a 45 años.
En cuanto al segundo aspecto, el número de libros leídos crece conforme aumenta el nivel de escolaridad. La proporción que leyó al menos un libro al año pasa de 13% entre las personas sin formación escolar a 36.6% para quienes tienen primaria y 58.0% para secundaria, todos estos grupos por debajo del promedio nacional (60.1%); en tanto que los niveles para quiénes tienen educación preparatoria (78.3%) y universitaria (87.2%) son superiores al promedio. Los lectores de más de 5 libros al año alcanzan una de cada tres personas con estudios universitarios (33.2%), aproximadamente una de cada cinco con estudios de preparatoria (17.9%), una de cada diez con estudios de secundaria (10.3%) y cifras inferiores para los niveles más bajos de escolaridad. Llama la atención el nivel de lectores de más de diez libros al año para quienes manifiestan no tener escolaridad alguna; esta inconsistencia puede ser efecto de la disminución del tamaño de muestra para este grupo específico.
En cuanto a estos dos últimos aspectos, también podemos meditar en que rango o categoría nos ubicamos o se ubica la gente que nos rodea o con la cual tenemos relación permanente y directa. Podemos observar y analizar cuál es la relación que mantenemos con el libro, ese objeto cultural a veces tan cercano a nosotros y en otras tan lejano, más que materialmente, en cuanto a su contenido y evolución que provoca en nuestra personalidad ciertas actitudes y una visión del mundo.
La relación del hombre con el libro no se agota en lo que apenas hemos esbozado aquí, falta abordar otros aspectos de la encuesta de Conaculta y temas como la industria cultural que se encarga de su producción y distribución, las causas por las que el mexicano no lee y la visión jurídica, parte de la cuál constituye la Ley de Fomento a la Lectura y el Libro y del precio único que propone para éste, que por el momento parece que ha quedado congelada en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, de los derechos de autor, etc.
El próximo día 23, Día Mundial del Libro y el Derecho de Autor, meditemos en la relación que mantenemos con este objeto símbolo de la cultura y el saber de la humanidad.
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