domingo, 8 de mayo de 2005

Del populismo al neopopulismo

A partir del presente siglo se escucha con insistencia en toda Latinoamérica el término “populismo”, pero en nuestro país con mayor fuerza desde el año pasado, siempre en referencia al gobierno del Distrito Federal. Lo anterior se intensificó ante la proximidad de la Marcha del Silencio y después de que se efectuó. Se han hecho señalamientos, acusaciones, burlas, descalificaciones en torno al “populismo”, que todos los medios de comunicación han usado indiscriminadamente en estos días. Tal pareciera que si se quisiera insultar a un político lo mejor será calificarlo de “populista”.
Cuando el término “populista” o “populismo” se aplica para descalificar o criticar a un líder o a la sociedad civil organizada que participa en manifestaciones, marchas, mítines sin sellos partidistas, implica un desconocimiento, una desinformación, carencia de rigor teórico o un análisis de orden sociológico o de carácter político superficial. Resulta ser un calificado muy utilizado por la derecha política, el gobierno y algunos actores oficialistas, pero en esos casos ¿qué político no ha sido populista alguna vez?
Conviene recordar que el populismo es un concepto político que resulta complejo y que hasta hace poco tenía como referente obligado al pueblo, tomado como grupo social homogéneo, portador de valores permanentes y específicos y que constituye el punto de partida para todo programa o acción de un gobierno, movimiento o líder.
El populismo constituye un movimiento social y no una ideología. Tiene como eje la supremacía de la voluntad popular y la relación directa entre su líder y la sociedad. El líder populista siempre estará junto al pueblo, sale a su encuentro, lo escucha y lo atiende directamente. En el populismo quedan fuera las elites locales y nacionales.
El líder populista tiene la capacidad de encabezar movimientos sociales y de movilizar grandes masas, invocando a la democracia y recurriendo a su imagen mediática. Por otra parte, este mismo líder y el populismo son calificados de manipuladores, demagógicos, corruptos, retóricos y oportunistas, por lo menos.
El rasgo mesiánico y maniqueísta caracteriza al líder populista, quien recurre a su carisma para atraer a sus seguidores, convirtiéndose en un iluminado, quien junto con su equipo dice interpretar la voluntad y mandato del pueblo. Este líder debe ser austero, honesto, humilde, quizás sin gran cultura, comprometido con las causas del pobre: un redentor que alude a la esperanza y a la fe. Sus seguidores lo son por convicción o emoción. Sus detractores señalan que es un mito, algo que no existe, o que existe a medias: mitad verdad, mitad fantasía o mentira.
Se dice que el populismo aparece cíclicamente, de acuerdo a etapas económicas, políticas e ideológicas. Si se toma como un movimiento social se debe considerar que en ocasiones su líder rebasa al partido del que forma parte y se llegan a confrontar.
Pero la aparición de líderes de movimientos populistas que en estos momentos se encuentran al frente de su país como Lula en Brasil, Tabaré Vázquez en Uruguay y Hugo Chávez en Venezuela, por citar únicamente tres ejemplos, han hecho que analistas y politólogos tengan que repensar el populismo, porque aun con diferentes matices no se trata del mismo que representaron Perón, Cárdenas y Getulio Vargas en el siglo pasado, se trata de otro populismo, un nuevo populismo con características que lo hacen diferente, un populismo con nuevas caras.
El nuevo populismo, dicen sus estudiosos, no es un fenómeno transitorio resultado del paso de una sociedad tradicional a una moderna, tampoco se puede analizar como producto de unas crisis económica, política, social o ideológica, pues también se genera, en etapas históricas de estabilidad.
Para aproximarnos al nuevo populismo, no debemos partir de una visión unidimensional sino adoptar criterios multidimencionales, que permitan pasar del análisis simplista y reduccionista del líder carismático, del clientelismo, del símbolo y los mitos al estudio del líder o político populista como una relación social que surge ante necesidades de nuevos actores: ciudadanos con capacidades diferentes, mujeres, adultos en situación de madurez, niños de la calle, pensionados de pauperizados, empresarios nacionalistas, etc.
En esta etapa del movimiento social populista, el referente obligado que es el pueblo amplia su significado y de comprender únicamente a los marginados, excluidos y menos favorecidos, hoy ve reincorporados a su lucha, marchas y manifestaciones a jóvenes, estudiantes, maestros, académicos e intelectuales que encabezan comités, pequeños empresarios, militantes de diversos partidos (a veces por conveniencia), a la llamada clase media (para algunos ya extinguida o en proceso se extinción). Es decir, el populismo se vuelve plural, abierto y abarca a mayor número de simpatizantes y no únicamente a los “descamisados”.
A los líderes y seguidores del nuevo populismo se les pretende silenciar, excluir y marginar con un discurso que alude o tiene como eje el Estado de Derecho, argumentando que violan la ley, transgreden las normas y que violentan la estabilidad con sus manifestaciones y otras acciones. Lo anterior motiva debates entre teóricos del derecho, jurisconsultos oficiosos y otros actores, muchas veces carentes de información y formación. Sucede que la realidad social ha rebasando a la norma.
A lo anterior se tiene que agregar que cuando líderes altamente representativos han llegado al poder (Lula, Tabaré Vásquez, Lázaro Cárdenas) generalmente se han respetado los procesos legales electorales establecidos para el caso y que, incluso, se ha tenido que luchar contra las legislaciones correspondientes que han resultado cerradas.
Al considerar el argumento anterior también se dice que el populismo no puede formar parte de la democracia, aunque represente los intereses de un amplio abanico de sectores sociales y sus líderes condensen las aspiraciones de millones de ciudadanos. Al respecto, el maestro español Carlos de la Torre apunta que “Algunos políticos que se autoproclaman como democráticos, racionales y modernos usan la retórica de la democracia, pero sus prácticas no siempre la respetan, sobre todo, en su afán de luchar en contra de los líderes populistas y sus seguidores a quienes consideran como masas irracionales y anómicas que deben ser civilizadas y educadas”.
Por su parte, el sociólogo belga Francois Houtart, impulsor del Foro Social Mundial expresó recientemente que “El populismo entendido como la radicalización de las políticas a favor del pueblo puede ser un puente para hallar el camino hacia una democracia radical y el hecho de utilizar ese término como un concepto que debe despertar temor es pura ideología”.

También hay que saber distinguir al político seudopopulista que una vez que arriba al poder, creyéndose el redentor de su patria se olvida de sus promesas de campaña para beneficiar a los marginados y de los cambios prometidos, así como de los acuerdos con los partidos que lo llevaron al poder. Ese es un populismo por conveniencia y no por convicción.
Pero la principal característica del nuevo populismo o neopopulismo está a debate. En el escenario presente los lideres neopopulistas que arriben al poder tendrán que aprender a convivir con un fenómeno y factor que sus antecesores no conocieron: la globalización y los organismos financieros internacionales que marcan pautas, lineamientos y políticas no solo económicas, sino de toda índole.
Dos ejemplos de lo anterior son Lula en Brasil y Tabaré Vásquez en Uruguay que no han chocado con el Banco Mundial, el Fondo Monetario Intencional, etc. Pero esto no sucede necesariamente, pues Hugo Chávez en Venezuela llega al poder, precisamente, por su nacionalismo y lucha contra el neoliberalismo, por lo cual tiene que enfrentar conflictos y crisis de las que ha salido bien librado.
Así, el neopopulismo como categoría política se vincula a la sociedad civil, los movimientos sociales, escenarios de crisis, a la transición democrática y a la democracia, a la gobernabilidad. Dentro de estos vínculos del neopopulismo, resalta la relación que guarda con la izquierda renovada o nueva izquierda, que es herencia de los lazos que en su primera etapa se le señaló con el socialismo y a veces con el comunismo. La relación neopopulismo-nueva izquierda sería motivo de un estudio amplio, profundo y objetivo.
Para concluir e incluirlo en el debate sobre el neopopulismo, citamos nuevamente al maestro Carlos de la Torre: “….Es importante diferenciar a la democracia comprendida como práctica y discursos que marginan y silencian a grandes sectores, de la democracia como un ideal que debe realizarse. Pero para que se actualice este ideal se tiene que empezar por un análisis que acepte que el populismo es parte constitutivo de las democracias en algunas naciones latinoamericanas y no un rezago histórico. Además, para que la democracia se transforme en una realidad se tienen que democratizar las relaciones sociales en la vida cotidiana. Si las relaciones personalizadas de dominación no se modifican, y si no se considera a la gente común como ciudadanos, esto es como sujetos de la ley con derechos y obligaciones, la política populista semiautoritaria y las acciones poco democráticas de sus detractores no dejarán de existir “.

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