domingo, 23 de mayo de 2004

Cibercafés: nuevos ámbitos sociales

En ellos podemos observar jóvenes que buscan ensimismados datos para su tarea escolar porque en la biblioteca de su escuela no existe conexión a la red de redes y tampoco cuentan con ello en sus hogares. Otros se encuentran entretenidos en sencillos o complicados juegos virtuales que los hacen permanecer ahí por horas. Algunos parecieran fastidiados pasando o brincando de sitio en sitio, sin búsqueda específica de algún tema o información concreta.

La mayoría son jóvenes de 15 a 20 años, y los menos de 10 a 15 y de 20 a 25. Estos últimos consultan sus domicilios electrónicos, ansían respuestas o chatean compulsivamente en un diálogo virtual e infinito. La clientela adulta es mínima. Algunos de los usuarios de los horarios nocturnos son empleados que después de su jornada laboral y si cursan estudios acuden a estos espacios para elaborar, como cualquier estudiante, su tarea. Otros, son “corazones solitarios” que ante la falta de una compañía real se refugian en esta otra compañía, que representa la posibilidad de comunicación con un interlocutor que también busca con quien hablar.
Algunos de ellos, los del centro de la ciudad, cuentan son instalaciones cómodas, limpias y nuevas o seminuevas. Otros se encuentran en locales acondicionados: garages, pasillos, o lo que fuera la sala de una casa habitación; sus instalaciones son adaptadas y no muy cómodas. Algunos tienen un horario fijo, pero otros se encuentran abiertos hasta entrada la noche, porque, obviamente, a esas horas existen clientes.
Hasta hace algunos años, aparecieron aislados y sin ubicación específica. Hoy abundan en cualquier ciudad y se localizan cerca de instituciones educativas o de alguna dependencia oficial, también en cualquier barrio o colonia de la periferia. Algunos de ellos, además del servicio primordial de la Internet, ofrecen refrescos, café y servicios de papelería y fotocopiado.En un número mínimo, estos espacios también ofrecen o están integrados a salas de lectura, bibliotecas o salas de exposiciones, constituyendo un ámbito cultural.
Como se puede observar en un recorrido o visita relámpago, su mayor clientela es de escasos recursos económicos, aquellos que, como ya se dijo, no cuentan en sus hogares con computadora conectada a la red de redes.
Sí, me refiero a los cibercafés o a los negocios de servicios de Internet públicos, y como dijera una amiga, sin café. Esos nuevos espacios, hasta el momento únicamente citadinos, donde se concentran jóvenes que acceden a esa tecnología que llegó para quedarse y ser adoptada por el gobierno y particulares, como un elemento primordial en la dinámica educativa, social, económica y política.
Pero la principal característica de estos nuevos espacios sociales es que su clientela o los usuarios, rara vez platican entre sí, se comunican o se identifican, porque ahí se realiza un diálogo, pero un diálogo con un interlocutor impersonal cargado de información, toda la que se pretenda y pueda imaginar. Al visitar un cibercafé, preguntamos al encargado, hijo del propietario, sobre la ausencia de música ambiental y su respuesta fue “cualquier música molesta a los clientes, prefieren estar en silencio”.
Y así es, en estos espacios impera el silencio, pero existen procesos de comunicación e información infinitos, con los cuales el usuario vive otros procesos paralelos que lo vuelven adicto: satisfacción al manipular la computadora y profundizar en sitios montados en lugares lejanos; orgullo al detectar información que no la hubieran leído en un libro, aunque contaran con él; exaltación de su ego al establecer contacto con amistades o personas lejanas; orgullo de pertenecer a un grupo selecto de personas que son capaces de navegar en las pistas o carreteras cibernéticas.
Esto último, precisamente hace que los asistentes a los cibercafés o Internet públicos, vivan un proceso dual. Por un lado se sienten iguales a los que cuentan con este servicio en sus escuelas u hogares, dejando de “ser menos”, porque pueden contar con sus domicilios electrónicos y otras ventajas similares. Por otra parte, se sienten superiores a otros jóvenes que no acuden a estos espacios por diferentes causas, pues la información con que pueden contar es más amplia y ello les permite ser diferentes. Estamos ante cibernautas que gozan, presumen y se enorgullecen de ello. Por cierto, si a lo anterior agregamos la propiedad de un teléfono celular, estaremos ante un joven con cualidades o características que nos dejan impresionados.
Estos elementos que acuden a los cibercafés, más los que cuentan con el servicio de Internet particular, pertenecen a una nueva sociedad: la que desecha los medios de comunicación convencionales, como lo son la prensa, radio y televisión, además de otros como los libros, y prefieren las versiones electrónicas de los periódicos, escuchar música y ver ciertos programas de televisión por Internet.
Cualquier mensaje prefieren remitirlo por Internet y se incorporan a movimientos sociales de solidaridad y protesta a través de cadenas de apoyo, opiniones, encuestas, clubes, etc. Estamos ante cibernautas que pertenecen, a veces inconscientemente, a una sociedad civil, pero no la sociedad civil local, sino la sociedad civil global, que implica aspectos ideológicos, educativos y políticos.
Además, son jóvenes que contando con un domicilio electrónico, únicamente lo pueden consultar en un cibercafé. Para ellos, el tener un correo electrónico es el inicio de una identidad electrónica que se consolidará al pasar a contar con una página personal.

Como espacios de refugio o de realización personal los negocios de Internet públicos acaso sean la manifestación de una cultura posmoderna, pues constituyen expresiones de individualismos y de exaltaciones personales. Ahí no se da un proceso de socialización entre sí de las decenas de jóvenes que acuden diariamente, pero paradójicamente, son espacios donde se concretiza la sociedad de la información y del conocimiento.
A diferencia de otros países, de Europa principalmente, en México los usuarios de estos espacios son jóvenes que, como ya se dijo, no cuentan en sus hogares con una conexión a la red de redes pero que conocedores de su potencialidad y posibilidades se sienten atraídos por ella y por las prácticas inéditas de interrelaciones profesionales, culturales, sociales y políticas entre individuos y colectividades (ONG’S, asociaciones, partidos políticos, negocios que ofrecen ofertas, etc.)
Hasta el momento, los datos relativos al uso de la Internet son engañosos y dispersos: número de usuarios por región y ciudad; ocasiones que se usa el día, etc. En cuanto a los cibercafés, falta un estudio en cuanto al número de usuarios diarios, perfil personal (estudiante, profesional, empleado, etc.), información buscada.
Podemos afirmar, para concluir, que el uso cotidiano de la Internet sigue siendo un recurso limitado para quienes, al formar parte de una élite social, política o cultural, cuentan con posibilidades técnicas y antes que otra cosa económicas que le permitan conectarse a la red, la cual produce un complejo proceso en sus adictos para que se conviertan en “ciudadanos del mundo”, lo que conlleva múltiples aspectos: nuevas, poses, manifestación de conocimientos de diversa índole, una visión diferente de su entorno familiar, social y cotidiano.
En cuanto a Xalapa, únicamente podemos afirmar que por ocho pesos la hora puede uno hacer uso de la red de redes en un cibercafé y que el número de ellos ha crecido de manera desmesurada. Según datos oficiales, existen actualmente en Xalapa de 190 a 200 cibercafés, debidamente registrados como tales, a los que habrá que agregar los que funcionan clandestinamente y los que se encuentran integrados a papelerías, fotocopiadoras, etc. y otros negocios que los cobijan.
Estos datos podrían ser la base para diseñar y elaborar investigaciones en torno a estos nuevos espacios sociales de encuentros y desencuentros, de ocio, aprendizaje y refugio.

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